Ignacio Miranda - Por mi vereda
Entre la historia y la física
Tomás Rodríguez Bolaños fue alcalde de Valladolid de 1979 a 1995, y en más de un mandato con el apoyo del Partido Comunista de España, luego trasmutado en la Izquierda Unida del respetado Julio Anguita. Nada que ver con el actual engrudo al estilo de Alberto Garzón. Como primer regidor de la democracia, dio un ligero retoque al callejero para cambiar de nombre las vías de marcado carácter del régimen anterior –18 de Julio, Franco, Mola o Queipo de Llano–, pero otras muchas se salvaron de la criba, entre ellas Ruiz de Alda, García Morato, Rosario Pereda, varias dedicadas a ministros y cargos del Movimiento en Huerta del Rey, además del barrio de Girón, con casas encaladas en plan poblado de colonización Y, por supuesto, resulta muy significativo que la consagrada a José Antonio, junto al Ayuntamiento, perdurara hasta hace unos pocos años, cuando la aplicación de la traída y llevada Ley de la Memoria Histórica obligó a su permuta por Los Molinos, su denominación previa.
Es decir, incluso los gobiernos municipales de socialistas y comunistas dejaron estar las cosas al respecto, porque había otros trabajos más apremiantes para mejorar la ciudad. Algo parecido ocurrió en 2018 en el Madrid de Carmena, cuando para decepción de algunos, el Comisionado de la Memoria impulsado por tan augusta jurista defendió la continuidad de la lápida situada en el edificio de la calle Génova, 24, donde nació el fundador de la Falange, hecho evocado con una inscripción de la fecha en números romanos, que tendrán serias dificultades para descifrar las víctimas de la LOGSE y reformas educativas ulteriores. En este chaflán circular del señorial edificio, también hay una escultura alada obra del dibujante Fernando Chausa, cuya retirada dañaría la fachada. Pero lo sustancial, como explicó la abogada Paca Sauquillo, es que allí vio la luz un personaje histórico y no se puede rascar más.
En Cevico de la Torre, Palencia, la plasmación de la normativa obligó a trocar el nombre de la calle Conde de Vallellano, ahora del Arrabal, pero no el escudo del águila de San Juan en el Consistorio. Emblema que no se cambió hasta 1981 y aparece en la Carta Magna, para los iluminados que lo tildan de inconstitucional. El elemento ornamental, que destaca sobre el ladrillo caravista, se caía a cachos y vaya usted a saber si es un vestigio de la aluminosis, tan franquista. De manera que el equipo de gobierno ha decidido poner el del propio municipio: una torre, un león y una vid. En definitiva, una lección que debemos aprender. La historia y la física, por el desgaste de un material a la intemperie, marcan los tiempos por encima del legislador.