Ignacio Miranda - POR MI VEREDA

Distancia intelectual

«La cesión de la sanidad y la salud pública a las comunidades autónomas ya se contemplaba como un error. La propagación de la pandemia, con el estado de alarma recién decretado, lo confirma»

Ignacio Miranda

Nunca sabremos con certeza absoluta si el desmadre vivido durante las últimas semanas en España como consecuencia del coronavirus se habría evitado, o amortiguado, de existir un verdadero Ministerio de Sanidad. Es decir, un Ministerio real y no huero de contenido. Normal, por tanto, que hayan pasado por el edificio del Paseo del Prado perfiles tan inanes como el actual Salvador Illa, cuya cara es un poema, o la chic Ana Mato. Tan elocuente en las ruedas de prensa, o sea, como capaz de contar los jaguar de su marido en el garaje de casa. Hubo un tiempo en el que en España existía el INSALUD, instituto nacional con las competencias sanitarias de todo el país, que gestionaba centenares de hospitales y miles de ambulatorios, así llamados entonces en democracia.

Pero la harka autonómica quería a toda costa la sanidad de sus respectivas regiones, el servicio público que consume más recursos de las arcas públicas con diferencia. Porque un virrey en su territorio fardaba más con un ministrín del ramo y una encuesta que le puntúa mejor que al vecino. Pura vanidad. Hubo que desguazar el INSALUD para que nacieran los departamentos en las diecisiete taifas correspondientes. Así surgieron, en una competición por acrónimos horteras, organismos hermanos del SACyL, como el SAS, el SES, el SESCAM, el SERMAS, el SERGAS, el SERVASA y ya, para romper esa sonoridad, nos topamos con Osakidetza y Osasunbidea. Tela. De tal suerte que, en medio de tan monumental guirigay de siglas y prestaciones, en unos sitios es obligatorio vacunar contra enfermedades y en otros no. Lo mismo sucede con las operaciones de cambio de sexo, que deben ser la mar de caras según se ponga o se quite, y con la tarjeta sanitaria.

La cesión de la sanidad y la salud pública a las comunidades autónomas ya se contemplaba como un error. La propagación de la pandemia, con el estado de alarma recién decretado, lo confirma. Descoordinación, imprevisión, falta de dirección y de mando. Gestores que pensaban que el peligro serio solo se hallaba en Madrid, en una cortedad de miras preocupante para quien debe saber cómo se propaga un virus. Creyeron que los casos en la localidad riojana de Haro y en Vitoria no representaban una amenaza para Castilla y León. Pues llegó el foco de Miranda de Ebro. Las infecciones tienen la mala costumbre de no respetar los límites administrativos. Pero muchos de nuestros gobernantes no lo entienden. Está muy bien pedir a los ciudadanos respetar la denominada «distancia social» al relacionarnos estos días.

Mientras tanto, cargos públicos desbordados por la grave crisis demuestran hallarse a una distancia intelectual abismal de la exigida para ocupar ciertos puestos. Siempre lo mismo.

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