Ignacio Miranda - Por mi vereda
La corza retoza
Dicen que es la especie más sedentaria de los cérvidos. También la más difícil de cazar por su carácter escurridizo
En 1864, Gustavo Adolfo Bécquer pasó una temporada en el monasterio de Veruela junto a su hermano, con el fin de sanear sus pulmones en las alturas de la vertiente zaragozana del Moncayo, de clima frío y seco. Enfermo de tuberculosis, el poeta romántico escribió sus célebres «Cartas desde mi celda» y, dentro de sus «Leyendas», una titulada «La corza blanca». Un relato a mitad de camino entre lo fantasmagórico y lo real, ambientado en la Edad Media, en el que el montero Garcés persigue a una hembra albar de este cérvido para entregar a su amada Constanza. Pero cuando la ha abatido a ballesta, descubre que en realidad es ella. Una estrecha relación entre amor y destino trágico, que va del «Cántico espiritual» de San Juan de la Cruz, con el ciervo huido, al soberbio soneto de Miguel Hernández, al que también la tisis ahogaba las entrañas en sus postreros meses de presidio en presidio, sobre el toro de luto y dolor.
Ahora, el corzo deja su hábitat forestal para alcanzar por la llanura cerealista, con tal de disponer de alguna mancha de arbolado que le sirva de abrigo. De manera que ya llega a las puertas de las ciudades sin pagar fielatos si los hubiera. Porque en el Cementerio del Carmen de Valladolid, desde hace semanas, deambula una hembra de la especie. Grácil y esquiva entre cipreses, que también son coníferas. Tan pronto retoza entre tumbas como piafa en un panteón o aprovecha la hierba nacida de la otoñada. Porque la corza es avispada.
Mimetiza divinamente su capa cárdena entre la piedra erosionada de las sepulturas. Su instinto del rumiante no falla. Dicen que es la especie más sedentaria de los cérvidos. También la más difícil de cazar por su carácter escurridizo. Sabe que hay alguna franja de cuidado jardín donde poder pastar a gusto. Y si se tercia, cerca de donde descansan Miguel Delibes, Rosa Chacel o Vicente Escudero, le hinca el diente a los ramos de homenaje a los difuntos.
Hace meses, un cazador grabó en Soria a un corcino blanco con su madre y su hermano entre trigales. De manera que son excepcionales los ejemplares con ese pelo, pero existen. Como últimamente la actualidad no abandona los camposantos, y ante la presencia de cérvidos en los montes del Pardo, no descartemos que una parienta albina de la corza pucelana entre en Mingorrubio. El color blanco como símbolo de pureza, bondad y, sobre todo, paz. Sería la repanocha. Una ficción hecha realidad sin un Bécquer que la describa.