Ignacio Miranda - POR MI VEREDA
Cabezas cuadradas, metros cúbicos
«Unidades burbuja» para los más pequeños, un concepto tan guay como teórico, porque en cuanto un crío se cruce en el pasillo con uno de otra clase ya se rompe. Toreo de salón porque los niños tienen el jodido hábito de moverse»
En plena fiebre cercenadora de movimientos con la excusa de atajar la pandemia, la Junta de Castilla y León renuncia a ponerse a cavilar y tira por la salida facilona de meter todas las posibles concentraciones de personas en el mismo saco. Da igual la misa que el alterne. El socorrido recurso de tratar a todos por igual para evitar problemas, cuando a la larga los acaba generando, es uno de los mayores errores que puede cometer un responsable público. Termina siempre en atropello violento, en injusticia sangrante, en incongruencia de libro. El virrey Igea y la consejera de Sanidad, la doctora de peinado impoluto que intenta reconciliar al anodino ejecutivo regional con las peluquerías, llevan a los habitantes de Salamanca y Valladolid de nuevo a la fase 1. Decisión que afecta a bares, terrazas, reuniones públicas y familiares, velatorios, entierros y oficios religiosos.
Es aquí donde ha surgido la polémica, que refleja la escasa flexibilidad o cintura de nuestros dirigentes, al decretar que el aforo de las iglesias será de un máximo de 25 fieles. No del 25 por ciento de la capacidad del templo. Por tanto, 25 almas entre todos los bancos para rezar el rosario o acudir a la eucaristía, ya sea en la catedral de cualquiera de las dos capitales o en un oratorio minúsculo. Madrid, en peores circunstancias de avance de la segunda ola de la pandemia, limita la cifra al 60 por ciento, como parece más razonable. Normas arbitrarias e incoherentes propias de una huida hacia adelante. Algo que también vemos en las medidas para una vuelta al cole «segura», que dan verdadera risa sino fuera por la seriedad del asunto.
La consejera de Educación, desaparecida durante meses como la ministra hacendada de Neguri, se despacha con un plan que fija en 25 el número máximo de alumnos por aula, los mismos ya había en muchos colegios el curso pasado. Además, crea «unidades burbuja» para los más pequeños, un concepto tan guay como teórico, porque en cuanto un crío se cruce en el pasillo con uno de otra clase ya se rompe. Toreo de salón, en definitiva, porque los niños tienen el jodido hábito de moverse cuando les parece. Si la educación se tomara en serio, habría más profesores, menos horas lectivas y la prioridad sería determinar un número de niños por aula en función de la superficie de esta, sin la obsesión de unificar todo. No es lo mismo un latifundio que una huerta. Alumnos por metro cuadrado. O mejor aún, cúbico por la importancia de renovar el aire. Demasiado pedir para una especie dirigente de cabeza cuadrada y siempre con anteojeras puestas.