Hora ibérica

La primera vez en mi vida que viajé a Portuga l apenas tenía ocho años. De aquel recorrido infantil por tierras lusas uno guarda varios recuerdos - el santuario de Fátima, la luminosidad de Lisboa, la monumental Coimbra o nuestro machadiano Duero muriendo en Oporto -, pero ninguno comparable a la sorpresa de escuchar, en la entonces aduana de Fuentes de Oñoro , que deben retrasar una hora sus relojes. Aquel aviso me dejó perplejo.

Un niño podía entender que en Vilar Formoso o Miranda do Douro , con el mismo paisaje y orografía que sus localidades vecinas de Salamanca y Zamora, hablaran portugués en vez de español; que hubiera guardias nacionales vestidos de azul y no guardias civiles de rictus serio llevando tricornio, pero no que de golpe y porrazo sean sesenta minutos menos por culpa de una raya administrativa imaginaria. El razonamiento para un crío resultaba elemental: si somos dos naciones hermanas las que formamos la Península Ibérica, unida a «Uropa» por los Pirineos, y no tenemos la misma hora, una de ellas ha de estar equivocada.

Ahora, en el epílogo de un gobierno en funciones, Rajoy despierta de su modorra tras el trallazo del déficit y retoma la propuesta de recuperar el huso horario que nos correponde por el meridiano de Greenwich, como Gran Bretaña, Irlanda o Marruecos . La yunta uncida por los telegénicos Sánchez y Rivera, no sabemos si para arar la incertidumbre o trillar la corrupción, incluye también esta medida, indispensable con objeto de conciliar vida laboral y familiar, mejorar la productividad y modernizar esquemas de organización del trabajo caducos, muy a pesar de la hostelería. El «fallo» se remonta a 1942. El empecinamiento en el error, por ende, sigue representando algo netamente hispánico. Porque igual que existe la fauna ibérica del lince, el lobo y la avutarda, hay una hora ibérica. La nuestra.