Ignacio Miranda - Por mi vereda

Hacia la eternidad

«Cuando uno asume el riesgo de una actividad física que trasciende lo meramente deportivo, en la que el error, el despiste y la mala suerte pueden costarte la vida, es un romántico, un soñador, un idealista»

Ignacio Miranda

«El romanticismo en la montaña sigue existiendo. No creo que sea un espejismo del pasado. El alpinista es romántico por naturaleza ». En estos términos se sinceraba hace años el montañero zamorano Fernando Casquero, fallecido el pasado fin de semana junto a sus compañeros Daniel Camarzana y Rubén González cuando ascendían el Espolón de Jisu , en el macizo oriental de los Picos de Europa. Una tragedia que ha conmocionado a su provincia de origen, con el dolor añadido de la espera para recuperar los cuerpos tras un rescate épico.

Aquellas palabras, por su fuerza y verdad, componían un sentido epitafio. Cuando uno asume el riesgo de una actividad física que trasciende lo meramente deportivo, en la que el error, el despiste y la mala suerte pueden costarte la vida, es un romántico, un soñador, un idealista. Hombres y mujeres capaces de afrontar el peligro desde la preparación, el conocimiento del terreno y el entrenamiento, rendidos al magnetismo telúrico de la montaña, a la c omunión en plenitud con la naturaleza , que parecen de otro tiempo.

En una sociedad de mercantilismo descarnado, de comisión va y maletín viene, la muerte en un fatal accidente de la terna de alpinistas, mientras hacían lo que amaban, resulta muy difícil de comprender salvo desde la vocación. El experimentado Fernando ya trepaba de chaval por el bosque de Valorio cuando descubrió que nuestra condición bípeda no sólo permite dar patadas a un balón. Irradiaba su pasión por este mundo antes incluso de llegar a la Agrupación Montañera Zamorana , ya fuera en escalada, de los Alpes a Kenia y los Andes, o más recientemente en carreras. Daniel, por su parte, tuvo éxitos como piragüista, mientras que Rubén alternaba ciclismo y atletismo. Hoy, bajo la bronca ventisca, las cumbres ibéricas lloran porque tres escaladores han partido hacia la eternidad a los sones de la marcha de Thalberg.

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