Guillermo Garabito - BUENOS DÍAS, VIETNAM
Hay vida más allá
«Hay dos clases de personas: las que entienden que poner horas de luz es un asunto civilizado y las que prefieren la oscuridad a las cinco de la tarde venerándola como una religión»
La luz de este domingo de marzo como desagravio a todas las noches oscuras del alma. Estas horas de sol que crecen y ensanchan, más que las tardes, el alma. «A plena luz del sol sucede el día». Hay dos clases de personas: las que entienden que poner horas de luz es un asunto civilizado y las que prefieren la oscuridad a las cinco de la tarde venerándola como una religión. Es la historia de siempre, la civilización frente al oscurantismo, porque la civilización es poner luz, también a los relojes. El humanismo no puede hacerse a contrarreloj. Esto es el último domingo de marzo y sirve para reconquistar las tardes y de paso la ciudad entera. Reconquistar las plazas, último ágora en el que se entenderá la sociedad mientras le queden terrazas.
Poder salir de trabajar y que aún queden rescoldos de sol para irnos por la ciudad y socializar como gatos que se van por los tejados. Todos aquellos que quieren «racionalizar» los horarios, «equipararlos» a los del resto de Europa, no han entendido que son el resto de relojes europeos los que quisieran ser españoles estos seis meses del año. La trampa es hablar de ahorro energético. Pues que pongan ellos la casa a diecisiete grados como Ana Patricia y nos dejen a los demás con nuestra felicidad ancha de tardes largas. Después nos preguntaremos asombrados por los índices de depresión si ponemos los relojes como si lo único que existiese en el día fuese el trabajo y no quedasen horas para lo demás. Dadles a los críos horas de luz, y plazas llenas de otros niños, que será lo que enmarquen de la infancia.
Derrochar el sol a las siete y media en madrugones y quitárselo a las tardes es como amputarse un brazo sano sin ninguna necesidad. Algo tan heroico como estúpido. Es condenarse a sabiendas a la infelicidad en nombre de la productividad. No somos finlandeses; ellos con sus salmones y nosotros con Sorolla y nuestra felicidad de tardes largas. España no tiene que ser excepcionalmente productiva -a ver si ahora vamos a fingir que somos japoneses-, sino el faro que busquen los demás cuando estén a oscuras. La muestra de que hay vida más allá. Explica mi amigo Ignacio que él era devoto del horario de invierno mientras opositaba porque no sabía lo que era la felicidad. Ahora que por fin aprobó y empieza a entender la vida sólo quiere horas de luz.
Ganarle horas de luz al día es el único milagro que conozco que se repite burocráticamente cada año. Y todos los años sale alguna televisión a preguntar a los espectadores si creen que debería eliminarse. Cada vez que el Gobierno -da igual del PP o del PSOE- propone que esta sea la última ocasión que se adopte el horario de verano pienso lo mismo: «Perdónalos porque no saben lo que hacen». No aciertan ni aunque nos vaya la vida en ello… No iban a empezar ahora.