Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Valladolid, peligro para los paseantes
En verano las ciudades no se quieren nada. Se ven con los tobillos hinchados y por eso pasan todas por quirófano deprisa y corriendo para ponerse esa silicona dura, que es el asfalto, aquí y allá. Las ciudades en julio son todas como esas rusas haciéndose retoques como si les fuera la vida en ello. Y se pierde la magia de la decadencia, de las calles conocidas y la ciudad antigua. Para encontrar la Valladolid de mis abuelos hace falta bajar dos o tres pisos por el hormigón que le han ido poniendo encima. Envejecer junto a una ciudad es como envejecer junto a una mujer: conviene hacerlo con elegancia, sin comprarse una moto al rozar la pitopausia y contar las arrugas con admiración algunas tardes.
Yo he vuelto a Valladolid desde el páramo y me han cambiado la ciudad. Mi Valladolid entera asfaltada y repintada, convertida en un «escape room» del que parece que el consistorio municipal quiere que huyamos. Y para colmo no dan premio al que consigue averiguar por qué carril hay que ir ahora. López Gómez con un sólo carril es como amputarse una pierna y pretender andar fluido. Y los atascos que había en los puentes a la hora de comer los días de diario han decidido solucionarlos quitándoles otro carril. ¡Olé!
Yo quiero un centro peatonal desde Isabel la Católica, no éste Cairo en el que quieren convertir Valladolid, donde sobran los semáforos porque ya para conducir hay que inventarse los caminos como en Egipto. Lo que debería haber hecho este Ayuntamiento si tuviera valor, pero son políticos –entienda el lector– y el político es una criatura que de valor anda más bien escasa, habría sido peatonalizar todo el centro de un golpe. Eso sí merecería titulares y un aplauso. Este guirigay que se han montado es una iluminación que le entró a alguien en la corporación municipal mientras hacía un laberinto de esos que vienen en los periódicos en el que hay que encontrar el final. Y seguro que, para colmo, se lo encargaron al que nunca consigue encontrar el final, porque eso es la administración en España.
Escribía Alberti, ¡siempre Rafael!, «Roma, peligro para caminantes» porque no conocía la Valladolid que nos ha dejado el señor Puente. Valladolid, peligro para paseantes, peligro para conductores y peligro para ciclistas.