Guillermo Garabito - LA SOMBRA DE MIS PASOS
Mi última obra maestra
«Creo que deberíamos reivindicar la figura del escritor sin obra como un servicio social»
Hemingway tenía hemorroides, Cervantes el brazo tullido, Borges se quedó ciego a los cincuenta y tantos y a mí me ha empezado a tirar un poco el epicóndilo a mis veintinueve, lo que dicen codo de tenista, pero que en este caso es codo de escritor. Por aquí he empezado a intuir que estoy condenado a la grandeza literaria, porque todo defecto físico en un escritor, ya se sabe, acaba siempre en unos cuantos libros para la posteridad.
Tengo el codo inflamado pero más que de escribir ha sido de pintar a rodillo, cortar el césped, colgar cuadros, abullonar cortinas… de hacer una mudanza con los siglos de esta casa a cuestas de una habitación a la de al lado y vuelta al mismo lugar. Un lifting primaveral que le hacía falta y que a mí me ha dejado parcialmente inútil, dicho de forma exagerada, porque el mundo de la literatura está hecho de exageraciones. A la semana se publican ya no sé cuántas obras maestras. Muchas más de las que por supuesto soy capaz de contar, leer y comprar si uno se fía de Twitter o de ese otro nefasto invento que son las fajas promocionales, que le aprietan al libro como un corsé envenenado para intentar hacerlo más resultón.
Puede vivir el escritor sin publicar una sola obra. Creo que deberíamos reivindicar la figura del escritor sin obra como un servicio social. Un tipo al que le pusieran caseta en todas las ferias del libro no para firmar, sino para que la gente hiciese cola con la intención de darle las gracias por haberse ahorrado publicar otra genialidad que quedará olvidada al día siguiente de haber salido de imprenta. Es más, el mercado editorial ganaría en calidad ahora que está saturado de obras que sobran porque el pudor y sobre todo el criterio los tenemos condenados al exilio en el siglo XXI.
El dolor del codo me ha dado para pensar en todo esto distraídamente, cavilar sobre que prefiero vivir entre estas tardes de mayo sin escribir ningún libro que tenga que promocionarse como «el nuevo Julián Marías», que leí el otro día. O «una historia refrescante en los tiempos del Covid», como si un libro fuese un gintonic con pepino.
Mi dolor es poca cosa. Da para estas líneas más que para escribir el próximo volumen que renueve la literatura de occidente, lo sé bien porque algo de pudor me queda. Por eso me he escrito un articulito, para repetirme que el dolor del codo es una pequeñez y no el comienzo de una gran carrera literaria, que es la excusa que estaba empezando a fraguar para no ir al médico… y corría el riesgo de terminar creyéndomela.