Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Tuits desde mi celda

Desde que los occidentales no creen en Dios, se confiesan en Twitter y allí cada uno va a acusarse de los pecados del otro

Guillermo Garabito

Twitter perdió el encanto de las «startup», que son empresas en las que todo es posible -menos salir a bolsa airoso-, para acabar convertido en un muladar de masas blandas disfrazadas de Torquemada. Todo hay que guardarlo en un armario porque siempre vuelve: el marxismo, los 80, los hábitos sin hombreras de la Inquisición. Al pajarito azul le pasó lo mismo que a la gaviota del PP, que la mataron. Resultó ser un charrán y Twitter un buitre pasado por la peluquería. Desde que los occidentales no creen en Dios, se confiesan en Twitter y allí cada uno va a acusarse de los pecados del otro.

No es que antes Twitter fuera el jardín de Academos, pero se podía conversar. Hoy por cada tuit hay un comisario político, un piquete y un escándalo. Siempre amenazo con cerrarme el perfil y luego me doy cuenta de que es más barato y tiene mejor catálogo que Netflix, donde tengo una suscripción a punto de caducar. En el timeline se montan unos culebrones que ya quisieran en «Sálvame». Pero como los políticos siempre van dos pasos por detrás le han encontrado recientemente la utilidad a la red social. Al PP, la empresa tecnológica, le ha borrado doscientos perfiles falsos que amplificaban los ataques contra el Gobierno. Que lejos, madre, los tiempos en que Esperanza Aguirre era «influencer» y su perro Pecas, también. Ahora Igea y Puente se cartean como dos enamorados en la guerra. Ya nadie mantiene correspondencia. Por eso, desde que mi novia se fue a estudiar fuera, le mando cartas de amor. Porque los carteros también tienen que vivir, como diría mi amigo José Delfín. Y resulta que al mismo buzón llegan misivas a nombre de un tipo que ahora vive en Méjico, que debía de ser el inquilino anterior. Para dos que quedamos enviando cartas va uno y yerra con la dirección.

El caso es que los políticos, que siempre tienen prisa, ya no sacan tiempo para cartas -o para ideas- por eso escriben tuits. Casi siempre para insultarse. Insultarse en 280 caracteres es el nuevo «tqm». Muchos han montado la sala de prensa en la red. Como Óscar Puente, que más que ejercer de portavoz de la Ejecutiva Nacional -que no ejerce o no le dejan-, se ha convertido en pregonero de todos los charcos de Twitter. Y desde que Francisco Igea llegó a la política ha encontrado con quien escribirse piropos fogosos, como dos exhibicionistas.

A mí, diga el lector lo que quiera, me gustan los políticos que escriben informes. Los tecnócratas son los últimos románticos del oficio; cuanto más sosos, mejor. Twitter no es asunto pararománticos. Puestos a insultar, si alguna vez tengo que hacerlo, lo haré (¡juro!) en columna, no por Twitter. Para que el interesado lo puedan leer desayunando y empezar el día cabreado. Lo último que debemos perder es la tradición y las formas.

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