Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Terciopelos olvidados

«Óscar Puente, que vivió de las rentas culturales del PP los cuatro primeros años de su mandato, ya puede jubilarse tranquilo. Ya es un gran alcalde. Le ha quitado a esta urbe la mayor deuda de todas las que tenía consigo misma: Soñar con reabrir el Teatro Lope de Vega»

HERAS

Sólo me preocupa el dinero cuando veo edificios abandonados: Qué bien le quedaría una biblioteca a estos ladrillos con demencia. Le pondría espejos dorados a aquel solar, que es el principio de cualquier café que se precie. Reabriría el Penicilino, que no lo han cerrado todavía, pero va camino -como don Rodrigo- de la horca de la historia. Habría sido mecenas de una orden de monjitas para infundirle vigor al monasterio de las Catalinas. O pondría mi casa en la Electra y desde allí escribiría a la ciudad con unas vistas que ya no existen y este mismo atardecer que ahora estalla.

Valladolid es una vocación para ser rico. O tal vez sea culpa de su historia y sus esquinas. Por las esquinas de la ciudad pasa la vida y yo me recreo en los enganchones, que es lo que queda y lo que recordamos. Este síndrome de Stendhal mío de las cosas que se fueron… Se me agolpa en los ojos, paseando, mi Valladolid que es obra de la nostalgia. De mirar la Catedral y ver la Esgueva. Mi Valladolid es obra de la piqueta del siglo XX y de la prosa que la salvó. Y ante todo de la poesía. El Palacio de la Ribera, que espectáculo si lo viera el lector, si quedara algo de él.

Cada vez que paso por algún edificio desahuciado rezo un Padre Nuestro hacia dentro. Cuando me cruzo con los mamotretos que levantaron en los años sesenta me entran ganas de rezar un rosario entero; de traer un arquitecto o tal vez un exorcista.

A Valladolid, con dinero, habría que haberle hecho un hueco para conservar el Palacio de los Almirantes de Castilla y a la vez que no hubiera dejado de existir el Teatro Calderón que hoy lo ocupa. En esta ciudad, con dinero, habría que haber hecho exactamente lo que por fin acaba de hacer el Consistorio Municipal esta semana. Óscar Puente, que vivió de las rentas culturales del PP los cuatro primeros años de su mandato, ya puede jubilarse tranquilo. Ya es un gran alcalde. Le ha quitado a esta urbe la mayor deuda de todas las que tenía consigo misma: Soñar con reabrir el Teatro Lope de Vega y devolverle el esplendor de rojo a sus terciopelos olvidados.

Esto es Valladolid, «quien lo probó lo sabe».

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