Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Sopas de ajo

«Así se fraguó la Transición, que no son lentejas -«si quieres las comes y si no las dejas»-, son sopas de ajo de un país que sabe de dónde viene, de meter pan y agua en la cazuela»

Para apreciar las mañanas de Torozos a tres grados hace falta escribir varias novelas. La luz densa sobre el páramo que no levanta, esa luz que hay que empujar para empezar el día. Así es el otoño en Valladolid, días que pesan. Aquí no pasan los días, aquí pesan. Y se sacan con esfuerzo cuando ya no queda nadie más para hacerlo. Los habitantes del verano ya se han ido, quedamos cuatro para apreciar esta belleza fría. Los días lúcidos del jardín, porque mi jardín está más lúcido ahora, como un anciano que se muere y espera resucitar en primavera. El confinamiento es el distanciamiento en general de todo el mundo -también de los amigos, de uno mismo-; poner el alma en cuarentena. Por eso les escribo, salvando esta apatía que nos hace pensar que los fuera a contagiar. Y en estos últimos días densos de octubre yo escribo a los míos para que vengan hasta el jardín de La Mudarra, los concito aquí por si volvemos a perder la primavera. Yo sé bien quién me ha robado el mes de abril y no me olvido. Ahora que por fin dice la OMS que el confinamiento es un disparate, recuerdo que algunos lo avisamos hace tiempo. Cuántas veces lo escribí… Yo sé bien lo que hay, que no es fácil. Por eso voy haciendo estas últimas comidas al aire libre, como si no volviera a haber ya más hasta la próxima, que será cuando Dios diga. El menú, sopas de ajo. ¡Viva la austeridad!

La civilización, los fines de semana, a los españoles nos entra por el gaznate; vermú al sol del páramo. Y es que hay días del año que el cielo se levanta pidiendo pan duro y ajos, hay días que son para este plato. Soledad de los pueblos, platos sencillos. Las sopas de ajo que, según como se hagan, pueden ser también de pastor, me las enseñó mi amigo Mario. Y yo mientras las como, pienso que son nuestra última oportunidad de dominar el mundo: de hacer entrar en calor a los nórdicos y de epatar al resto. Las sopas de ajo son la vida lenta que se nos ha ido, las cosas sencillas, el esmero. Un poco de nuestros mayores, una cocina tan elemental que resulta compleja. La paciencia que tuvieron nuestros abuelos para la vida, que es la que nos falta cuantos más políticos nos pasan. Así se fraguó la Transición, que no son lentejas -«si quieres las comes y si no las dejas»-, son sopas de ajo de un país que sabe de dónde viene, de meter pan y agua en la cazuela. Y chorizo si lo había. ¡Ay la matanza! Quién supiera hacer la matanza… Debería ser obligatorio en las escuelas.

Es octubre y yo hago sopas de ajo y escribo cartas de amor los domingos.

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