Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Por si no llego a viejo

«Nadie escribe de la Navidad de los viejos, de esos brillos que muchos ya olvidan porque no salen de las residencias»

Plaza Maryor de Valladolid, durante el encendido de la iluminación navideña ICAL

Algo se muere en el alma estos días de diciembre. El alma no puede abrigarse, no se le puede poner gorro y una bufanda o calentarlo con el mismo vaho que empaña los cristales. La ciudad es aún más grande cuando le ponen las luces de Navidad. Es una especie de Nueva York, de Madrid, de capital europea donde son cada vez menos las personas a las que podemos aferrarnos. Y el frío lo invade todo. Dónde queda la Navidad tranquila de la infancia. Pero uno debe seguir escribiendo como si nada. Sube el precio de las ideas más rápido que el de los percebes, pero yo sigo escribiendo una columna y otra y después otra; orfebrería de buñuelos. Es más elegante un buñuelo que la teoría del chorizo de César, no vaya a comparar usted.

Valladolid a esta hora que yo escribo de diciembre tiene una crónica exacta. Columnas de soportales que sueñan con ser árboles de Navidad, iglesias de mazapán y el viento que no sabe villancicos, pero corre por sus plazas. Pequeños nacimientos en las ventanas. La ciudad es un museo de sus cosas. Y yo paseo con los cuellos del abrigo levantados haciendo crónica de mí mismo. Para mí los polvorones, que no me gustan, esta sensación que no termina de transformarse en nada exactamente y La Mudarra todavía sin belén.

«Ser hombre es ir andando…», reza un verso de Manuel Alcántara -el maestro quiso decir otra cosa, pero yo lo interpreto como quiero- y voy andando a todos lados. Y el día que sea viejo, que me lleven a la silla de la reina. O como quieran, pero la ciudad en Navidad, jungla de luces, es un paseo imperdible. Seguiré montando en tiovivo incluso cuando ya no pueda andar. Porque ser viejo, que es ir «haciéndose una patria en la esperanza», no es excusa para nada. Nadie escribe de la Navidad de los viejos, de esos brillos que muchos ya sólo olvidan porque no salen de las residencias. La Navidad sigue moviendo a los abuelos igual.

Abuelos que, como yo, creen todavía en los Reyes Magos. Porque, igual que Ruano, «vosotros sabéis, digan lo que quieran, que no soy malo».

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