Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Salimos en la tele
«Nosotros le pusimos tres mil seiscientos kilómetros de historias y de metraje. La genialidad se la dan papeles estelares de gente que pasaba por allí, como Macario»
Desde aquí arriba se ve el mundo: Castilla entera y, los días claros, los Picos de Europa allá al fondo. Aquí, donde los soles a estas alturas del año son cada vez más fríos -suicidio de atardeceres- y queda menos gente paseando por Torozos; estos Torozos infinitos, por donde no pasa el tiempo. Es otoño irremediablemente y el jardín va perdiendo hojas como se pierden los papeles. Desde mi atalaya de piedra y de siglos observo el mundo. Veo las estaciones, crecer y segar trigos, veo pasar el tiempo y veo siempre lo mismo. Veo a mis vecinos, Ester y «Sayo» a sus ochenta y tantos, cargan otro año nuevamente dos toneladas de leña seca. Leños para pasar el invierno alimentando la lumbre. Troncos que acarrean ellos solos de la calle a la leñera porque en los pueblos cada vez hay que hacer más cosas solo. Como solos tienen que pasar el invierno los pueblos y solos tienen que resucitar en primavera.
«Esta es mi Castilla…», que antes fue de otros muchos. De todas las manos que la trabajaron, manos sacadas de cuadros de Vela Zanetti, de los escritores que la escribieron y los poetas que la amasaron. Fue de gentes como Antonio Corral Castanedo, que recorrió sus pueblos para escribir «libros de andar y ver» a la manera de Ortega. Libros que hoy son casi imposibles de encontrar y que ya sólo algunos nostálgicos conocen. Por eso nació «Donde vivo y muero», el documental que produce la Fundación Godofredo Garabito y Gregorio junto a Pez Volador. Para desempolvar la figura de Antonio, pero también para rescatar testimonios de paisanos anónimos, historias que mueren discretamente cada atardecer sin bombo de periódicos. Para preservar oficios al borde de la extinción. Gubias horadando el tiempo, porque los imagineros -y los pastores, libreros o alfareros- parecen un reducto de nostálgicos que pudieran no haberse enterado de que Gregorio Fernández murió hace cuatro siglos. Una expedición a los confines del idioma para rescatar vocablos como «burraja». El documental, sobre todo sirve al propósito de poder decir eso de «¡mamá, salimos en la tele!», que es una de esas frases que siempre he querido decir. Y lo cuento en una columna porque la televisión se está poniendo fatal y lo más fácil es aparecer en un descuido en Sálvame. Por eso que sea con un documental, del que un servidor escribió el guión, es motivo de celebración. No vaya a pensar el lector en autopromoción… faltaría más. Ni siquiera para decir que se estrena esta noche en RTVCyL.
Nosotros le pusimos tres mil seiscientos kilómetros de historias y de metraje. La genialidad se la dan papeles estelares de gente que pasaba por allí, como Macario. Personajes que al principio no querían hablar, porque para qué hablarle al mundo de lo cotidiano si el futuro es «como la Micaelica, cada vez más puta».