Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Me quito el sombrero
«Un sombrero es un animal en extinción. Y un hombre con sombrero, también»
Ayer despedí al sombrero que me ha acompañado los últimos veranos. Le di tierra porque tenía ya manchas de apoyarlo en la mesa a la hora del vermú, pero sobre todo tenía las alas alicaídas en un trance triste, irreversible. Un sombrero con las alas gachas ya sólo pide confesión. Llevaba con antojo de un panamá desde que me conozco, tal vez porque era un sombrero que me hacía sentir un poco entre James Bond en La Mudarra y Fernando Fernán Gómez en «El abuelo». Cuando me ponía el panamá habría escrito una tetralogía entera, pero preferí caminar que es precisamente para lo que se inventaron los sombreros; lo de cubrir la cabeza es circunstancial. Yo conozco tipos a los que el sombrero les queda estupendamente debajo del brazo, por ejemplo a mi amigo José Delfín, que es el último hombre elegante que queda desde que sé que tiene una capa guardada en el armario. Sólo quedan Superman y él. Cuando llega a los restaurantes en invierno y le cogen el abrigo, al darse cuenta del sombrero, no saben muy bien qué hacer él, si ponerle otro cubierto o sacarle un cuenco de agua. Un sombrero es un animal en extinción. Y un hombre con sombrero, también.
Este verano el mío estaba en las últimas, cuando lo saqué del invierno tenía ya las alas bajas como si estuviera de luto por algún verano pasado. Aún así lo intenté resucitar porque un sombrero era la última oportunidad de todos los oficios que ya nunca desempeñaré. La posibilidad de ser espía, un espía bien, de los de verdad. Un sombrero era la posibilidad de vocaciones que nunca he tenido como la de ser director de periódico, uno de esos que todavía es capaz de sostener el oficio como Walter Matthau en «Primera plana». O un corresponsal con vocación e idiomas. Porque un hombre con sombrero, aunque no sepa hablar más allá del español, es ciudadano del mundo, una especie de Jep Gambardella donde quiera que vaya. Lo que ocurre es que a mí me tocaría ser corresponsal en Finlandia lo más seguro, como a Foxá, y allí se habría muerto también el panamá.
Desde que se dejó morir mi sombrero de tanto invierno, ando pensando en todos los oficios que ya nunca ejerceré. Por ejemplo ser Indiana Jones, Burt Lancaster mientras fue el príncipe Salina en la Italia de la unificación o Humphrey Bogart en Casablanca.