Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Con los pies fríos

Destemplado no hay ideas que valgan, no tienen fondo, ni tampoco forma

Guillermo Garabito

La casa se queda fría por los muros y yo me quedo frío por los pies. Así empieza cada prosa y cada invierno. Destemplado no hay ideas que valgan, no tienen fondo, ni tampoco forma. Con los pies fríos algunos pensarían en escribir una novela rusa. Los rusos se enrollaban tanto –Ana Karenina y así–, para no pensar en el frío de los pies. En realidad destemplado lo que se escribe son obviedades, como un poeta malo. Uno de esos que proclama la democratización de la poesía porque no han leído a Lope en su vida. La democratización de la Cultura es el invierno del alma.

Pepe siempre dice que yo empecé a escribir como poeta, todavía me lo recuerda a veces con sorna. La verdad es que no sé de qué otra forma se puede empezar a escribir. Versos malos a los quince, enamorado, de entre los que aprendes a distinguir los buenos y a quemarlos todos en otoño. Mi chimenea la alimento de vanidades, me desprendo de mis versos sabiendo que me habría gustado ser poeta. La inflamo de versos malos a estas alturas del año y de alguna metáfora buena. Y escribo columnas para calentarme. Escribo para tener las manos calientes: hacer artículos, asar castañas. El columnista escribe en periódicos sólo para poder quemarlos mañana. Los periódicos son una calefacción eficiente, los rescoldos de lo que fueron, que nunca se apagan.

«Sucede que es otoño» y no me acostumbro. El otoño es un poema helado. Es éste un artículo destemplado. Como cada año le cogeré el gusto cuando estemos ya en primavera. A Andrea le encanta esta época, la veo alegre, cómodamente destemplada, por eso paseamos. Vamos y venimos con los pies fríos, que no se templarán ya hasta el año que viene. Aún así, caminamos. Pasear es el último reducto que nos queda de la civilización mientras todo cae. Pasear es un asunto de caballeros.

Es otoño entero ya en los árboles, en las hojas y en mis pies. Es irremediablemente otoño en las horas. Las encinas, llamas verdes en el páramo, están pidiendo una chimenea y las chimeneas piden más versos malos. Mi chimenea engulle mala poesía, como la piscina de Umbral se tragaba los poemarios nefastos que le llegaban.

Sucede que el otoño «a veces necesita la palabra / precisa que lo nombre. / Sucede que el otoño es un poeta.»

En algún momento a los quince yo también fui un místico como Santa Teresa, como San Juan… en eso consiste la adolescencia. Después se me pasó y por eso sigo en esta noche oscura. Ahora es otoño y la noche empieza a quedarse fría. Yo continúo escribiendo artículos –a ser posible buenos, mejores–, uno detrás de otro, y después otro. E intento no hablar de política para, al menos, conservar caliente el alma.

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