Guillermo Garabito - Buenos días, Vietnam
No salga usted con un columnista
Escribir, a fin de cuentas, es torear según salga el tema ese día
La vida del columnista consiste en qué todo el mundo le diga sobre qué debería escribir, «tú que lo dices todo tan bien». «Mira ahí tienes otro artículo». O «¿no has escrito nada de esto?» Se sienta uno tranquilamente a comer y le asaltan con un tema en un momento antes de que le haya dado tiempo a elegir siquiera los entrantes. Nadie entiende que el articulista es un tipo que no quiere escribir mientras come y mucho menos el artículo de otra persona. Bastante tiene con el suyo. El articulista podría hablar de tantas cosas… Pero cada vez compruebo que cuanto más insisten para que escriba de algo, más me voy en dirección opuesta. Y si hay elecciones en Francia hablo de los «escargots» que hacen en Valladolid y si la actualidad está repleta de noticias acuciantes se reescribe uno a sí mismo otra vez.
«Cómo sois los que escribís…» Casi nadie entiende que un artículo se alumbre en veinte minutos, pero se esté macerando durante todo el día. Se camina por la calle ausente, se camina con la esperanza de que la columna se escriba sola. No se piensa en otra cosa hasta que por fin se pare y entonces la criatura sale independiente y sin ningún apego por el progenitor. Y entonces el artículo ya es del periódico y del lector más que mío y se queda uno en la soledad del escritorio sin nadie con quién festejar la euforia.
Alguien debía escribir explicando esto, lo evidente, pero que no debe de tener ninguna evidencia para los demás. Se ha hablado mucho sobre cómo escribir un buen artículo de opinión: aquello de Umbral de quemar una carta, un soneto y un ensayo, lo de Ruano del vuelo sin motor, pero nadie ha explicado al lector que el artículo no es un capricho, que uno no escribe la columna que quiere sino la que puede, porque cuando se sienta se torea. Escribir, a fin de cuentas, es torear según salga el tema ese día. Y cuando por fin ha concluido todavía hay quién pregunta por qué no pides pasar la columna al lunes «y así tienes tranquilos los fines de semana y no te toca dejar las sobremesas siempre a medias». Es ahí cuando no queda más remedio que responder que la columna ni se vende, ni se subasta. Que la maqueta de la página con tu nombre se siente más tuya que una hipoteca a treinta años y se cumple con ella religiosamente sea sábado o el Ramadán. Así cuando toca escribir -da igual el día- uno va más chulo a la columna que don Rodrigo. Y se ahorca a sí mismo para tener un obituario en quinientas palabras si no hay otro tema que dé más.
«No te echamos novia». Pues bien, no salga usted con un columnista. Búsquese a alguien con problemas de verdad.