Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Los muertos no son de nadie

Los muertos no pesan en ninguna conciencia, hasta que la Justicia diga en qué conciencias deben pesar

Guillermo Garabito

Lo mejor de gestionar un país es que «el dinero público no es de nadie», como dijo Carmen Calvo. Y por ese razonamiento perverso del sanchismo, los muertos tampoco. Lo mismo da que se contabilicen los de las residencias o no, a los que se les hizo una PCR y a los que no o que sean veintisiete mil como dice el Gobierno, o cuarenta y tres mil como afirman los tanatorios. Lo peor del Covid-19 han sido los muertos y después la lógica perversa que se ha instalado en el Gobierno para asegurar que estos no son de nadie.

Los muertos no son de nadie y por eso van de unas manos a otras conforme pasa el tiempo. Primero eran muertos que no se podían predecir, después se murió el personal por culpa del PP que había recortado la sanidad pública, según dijeron de Madrid, después fue todo obra de las comunidades y las residencias de ancianos y ya sólo queda esperar a que sea culpa de los médicos por no trabajar aún más. Los muertos que para el Gobierno no son de nadie, son de sus familias que los lloran sin haberse podido despedir.

Como del inicio del coronavirus hace una vida y dos milis, Pablo Iglesias ya no se acuerda de Pablo Iglesias diciendo que asumía personalmente la gestión de todas las residencias, cuando aquello del mando único. Porque la fantasía erótica del vicepresidente es pasearse vestido con uniforme de campaña por las televisiones haciendo grandes declaraciones que no sirven para nada más allá que para confundir. Así ha levantado su carrera política y así la destruirá.

Los muertos no pesan en ninguna conciencia, hasta que la Justicia diga en qué conciencias deben pesar, siempre que les dejen de destituir coroneles de la Guardia Civil y de presionar… Porque cuando Pedro dijo aquello de que «¿de quién depende la Fiscalía, eh?», lo que le entraron ganas de afirmar en realidad fue: «¿De quién depende la Justicia, eh?

Ahora resulta los muertos son de las comunidades autónomas y el mando único nunca existió porque es lo que le interesa al Gobierno. Y de lo único que tienen culpa algunas autonomías es de haber jugado a ser Dios como la consejería de Sanidad de Castilla y León –tanto que se habla de la de Madrid– decidiendo quién entraba en las UCIs y quién no. Así mandó carta con fecha del 24 de marzo a las residencias donde se les pedía no derivar ancianos con Covid para no saturar los hospitales bajo el encabezado de «Consideraciones éticas»…

Menuda ética la de decidir que unos ciudadanos valen más que otros en función de su edad. Y que cuarenta y tres mil muertos no merecen más respeto que el de ser una patata caliente que va del Gobierno a las autonomías y de estas, otra vez, a Madrid porque nadie quiere responsabilizarse de las muertes.

Suerte que éstos eran los que venían a devolverle la dignidad a la política.

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