Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Manual de interiorismo
![Vallisoletanos tomando el sol en sus balcones](https://s3.abcstatics.com/media/espana/2020/04/04/BLANCO-k8r--1248x698@abc.jpg)
De esta crisis nos reconciliaremos con nosotros mismos y con la arquitectura. De esta crisis quizá aprendan los promotores que el pladur mejor se lo pongan a su puta madre y el gotelé también. Yo quiero los techos altos, esos techos de los que ya casi nadie se acuerda, aquellos que eran otro cielo que nos habría venido bien en estos días confinados, pero las casas ya no se hacen así. Cielos de los pisos parisinos, cielos altos de Castilla, no esos pisos con cielos de presidio sin molduras.
Pienso ahora mucho en las casas. Veo películas antiguas que nunca más veré; me fijo en las casas. Puede que venga de aquí la agonía que demuestran muchos echando de menos la calle como si de una extremidad amputada se tratase. Qué mal convive la gente consigo misma en el interior. Puede ser ésta exactamente la razón: los pisos. Desde hace años se han vuelto útiles, qué elogio más terrible. Espacios donde dormir y almacenar la vida que nos traemos de fuera, cuando la vida que interesa ocurre sobre todo aquí. Tal vez por eso la gente está deseando huir de sus pisos cuando acabe esta cuarentena, porque no les representan. Con los pisos nos ha ocurrido durante las últimas décadas como con los políticos, que nos valía cualquiera. Las casas hay que pensarlas como un hijo más. Una casa tarda en hacerse toda la vida.
Las casas no necesitan un «hall», sino un zaguán. Paseo por el pasillo mientras pienso en las casas. Le voy encontrando el sentido a los muebles que antes admiraba como meros elementos artísticos. Qué inteligencia la del siglo XVI: los bargueños tienen tantos cajones para guardar estas horas y estos días. No necesito jardín, ese es otro artículo. Veo crecer abril y los rosales de La Rosaleda.
Las casas, más que en hogares, se han convertido en espacios con más o menos metros cuadrados – más bien menos– donde pasar el mínimo tiempo imprescindible. Por eso se invita mucho menos a casa de lo que lo hacían nuestros abuelos. Costumbres elegantes. Por eso esta cuarentena le ha cazado a más de uno sin un mueble bar bien regado, que es el otro armario que ha de cultivar cualquier persona elegante.
Puede ser defecto por ser nieto de anticuario. Puede ser esta obsesión mía, heredada de Ruano, por las molduras bruñidas… Yo no quiero columnas dóricas en casa, no quiero filigranas rococó. Únicamente que las casas vuelvan a concebirlas humanistas y no perdedores del «Tetrix» con complejo de abeja.
Las ventanas cada vez me parecen más un desagüe por donde se cuela la luz. Las casas con balcones, son dos casas. Balcones de Domingo de Ramos. Miradores camino de la resurrección.