Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Mamá, quiero ser vicepresidente

«¿Pero cuatro vicepresidencias? Queda claro que Pedro Sánchez quiere diluir a Iglesias en un mar de cargos y carguillos»

REUTERS

Si yo hubiera sido rentista o hijo de millonario -venido a menos, mejor que a más-, me habría dedicado a la vida contemplativa. A ordenar mis libros en batín a media mañana, más que a leerlos. A escribir columnas sobre la belleza de estas tardes sonrosadas con las que nace enero o ir a actos de sociedad embozado en la bufanda. Por las mañanas, los más días, iría a comprar el periódico con cierta resaca por el champán de la noche anterior y de los martinis que tomaría después. Por suerte soy un pequeño burgués.

Una tía abuela del pueblo está empeñada en que soy abogado y mi abuela quería que fuese notario. Toda la vida mis mayores diciéndome que oposite y yo que eso es para cráneos privilegiados y monjes sin vocación. Y ellos, otra vez: que ser alto cargo de la administración y la vida tranquila de quien no es autónomo es mejor y así seguido. Y empiezo a entender que uno es mejor «flâneur» siendo funcionario o en cualquier otro país europeo; con la cuota de autónomo más baja se pasea mejor. Lo que no sopesé entonces, cosas de la edad y la impaciencia, es que no hacía falta opositar para tener un buen puesto en la administración. Que con los socialistas se iban a sacar más plazas de vicepresidente que de abogado del Estado. Cuatro vicepresidencias, ya no digo nada de los veinte ministerios… ¿Pero cuatro vicepresidencias? Queda claro que Pedro Sánchez quiere diluir a Iglesias en un mar de cargos y carguillos.

Visto que hay plazas de sobra hoy le diré a mis padres que ya he decidido lo qué quiero ser cuando sea mayor: mamá, quiero ser vicepresidente. Y tener chófer, viajar por Europa y tener casa con piscina en Galapagar. La farándula que tanto le ha dado a Pablo Iglesias, desde aquellas representaciones en las plazas del 15M, queda para el Congreso. Para llorar bien hay que tener talento.

En Castilla y León al Ejecutivo regional cada vez le ponen más sencillo eso de ser ejemplo nacional, como el de Juan Vicente Herrera durante los años de Zapatero. Aunque sea porque sólo tenemos un vicepresidente -que habla como si fuesen cuatro, eso sí-. La suerte es que para serlo no tuvo que vender de saldo España y el alma a la vez.

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