Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Juergas templadas

«El jueves tuve que salir a pasear a ningún sitio, que es una de esas cosas que se hace en otoño. El otoño tiene estos rituales de pasear a ninguna parte con el cielo puesto en rosas»

Guillermo Garabito

Vengo de las tardes del otoño. De inaugurar abrigos, una ciudad nueva, la lluvia de noviembre y la esperanza de marzo. La ciudad es casi nueva. El pueblo sigue siendo el mismo. Las estaciones no alteran el orden de los pueblos, pero las ciudades… Hay cuatro urbes distintas que van dándose paso en esta mía. La lluvia de estos días ha lavado lo anterior y todo encoge y es otra vez un asunto de provincias. Por las esquinas vuelve la puntualidad de caras sucesivas.

El jueves tuve que salir a pasear a ningún sitio, que es una de esas cosas que se hace en otoño. El otoño tiene estos rituales de pasear a ninguna parte con el cielo puesto en rosas. Rosa Valladolid, patrimonio que encontró Sánchez Ferlosio. Yo todavía no he conseguido describírselo a mi novia. Cogí el abrigo y la calle. Cuando no sé a donde ir acabo siempre en El Colmao, tal vez porque allí las columnas se escriben solas. Juan habla y yo encajo en la maqueta.

Juan es uno de esos últimos personajes con el don de la palabra. He aquí la prueba de que el progreso no es siempre sinónimo de éxito. Juan es presumido sin ser prepotente, por eso salta de un recuerdo a otro sin necesidad de terminar ninguno. Habla de sus abuelos, de una civilización extinta, y me quedo sorprendido de que ninguno de ellos fuera austro-húngaro y así se explique, por herencia, su bigote. Dice cosas como que en su casa, cuando era niño, después de que se marcharan los amigos de sus padres quedaba un olor a «juerga templada y a misterio de mayores». Juan es un género literario entero entre el memorialismo y la poesía. Y ese es el encanto de El Colmao, por eso mis pasos sin rumbo se dirigen siempre al mismo sitio. El Colmao es una juerga templada de piano y dirty martinis. Los Negronis son misterio de mayores.

A El Colmao llegamos todos como fueron llegando antes al Gijón y todavía antes al Pombo de Gómez de la Serna. De haber vivido en Valladolid Unamuno habría ido a El Colmao y Foxá habría escrito allí «Madrid de Corte a checa» en vez de pasar las tardes en el Novelty.

Que abriera hace sólo una década es el menor de los contratiempos. Yo llegué hasta allí porque la contraseña del wifi era el nombre de mi abuelo, me lo contó Peláez una tarde y no pude resistirme. La contraseña ha pasado por Godofredo, Garabito y lo siguiente. Es un homenaje a un «preboste», me dijo Juan un día. «Se está perdiendo la palabra preboste», añadió. Entenderán ustedes que desde entonces me veo en la obligación moral de beber con asiduidad.

El Colmao es una estufa en otoño y Juan el último dandi que le queda a la civilización. Tener silla allí es mejor que un sillón en la Academia.

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