Guillermo Garabito - LA SOMBRA DE MIS PASOS
Droga dura
En Cataluña hasta los confinados podrán ir a los mítines mientras, en Castilla y León, cincuenta y tres municipios cerrarán a las seis de la tarde a partir de hoy. Y a mí me da por pensar que es cierto que España no hay más que dos. No son ocho, como asegura Iceta –¡más le gustaría!–, pero sí son por lo menos dos. Hay una de primera que debe de estar entre Cataluña, País Vasco y Moncloa y vive permanentemente al margen de la realidad; por encima de ella y a costa de la segunda.
Hay que tener ganas para ir a un mitin en plena tercera ola. Si se comprueba que efectivamente hay gente dispuesta a jugarse el tipo ochenta mil muertos después por ver a Illa, a Junqueras o al petardo de Rufián, sólo quedará esperar que la OMS declare con urgencia el independentismo como una enfermedad: como la ludopatía o la drogadicción. Droga dura, igual que esas que empujaban a otros a una puñalada en un mal barrio –cuando todavía se podía salir, aunque fuese a comprar droga– a altas horas de la madrugada. ¡Qué tiempos aquellos! Y así, si todavía les hay con ganas de acudir a un mitin, se podrá probar que el independentismo es aún peor que la heroína y al Estado no le quedará más remedio que dejar de financiarlo.
Yo me niego a creer que haya tipos a los que les importe más una república que les llevan prometiendo más tiempo que un viaje a «Disneyland París», que la familia. Pero los independentistas, como los niños con Mickey Mouse, por hacerse una foto con Torra son capaces de cualquier cosa. O tal vez es que el independentismo hace tiempo que ya no se trata de una república independiente, de un sentimentalismo irracional, sino de una forma estudiada de seguir sangrando al resto de España, de acaparar millones a base de estar constantemente con la amenaza del suicidio legal y económico. Como el tipo que está todo el día diciendo que si no se pega un tiro, aunque llegado el momento le falte valor. Lo más cerca que estuvieron fue aquello de 2017, la famosa desconexión que vista ahora, con el tercer grado incluido, resultó tan sólo un tiro en el pie porque los Jordis no tienen pinta de mártires. Les viene grande una agencia espacial, imagínese el lector el más allá… sobre todo porque allí no hay independencia que valga.
Tal vez este empeño de Pedro Sánchez en mantener las elecciones catalanas y una campaña electoral, sea sólo una forma brillante y en absoluto partidista –somos unos malpensados– de hacer que la gente se quede en casa hasta el 14 de febrero. Porque, efectivamente, quién iba a jugarse la vida por escuchar a Illa, a Forcadell, o a Arrimadas. Eso sería motivo más que suficiente para que cualquier juzgado de guardia pudiese declarar de urgencia una incapacidad por enfermedad mental.