Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Deslealtades
Lo peor de la pandemia son los muertos velándose a sí mismos. La soledad que siente el muerto y la que siente su familia, qué agonía más larga. La impotencia es del color de una mortaja. Lo único que consuela es que algún día será de verdad primavera: en la calle, en las estadísticas, en tus brazos y en esta maldita curva que es una guillotina vertical.
Hasta entonces asombra ver cómo la maquinaria propagandística de algunos sectores políticos se ha puesto en marcha. Una maquinaria que no salva vidas, más allá de los pescuezos propios y las carreras, claro está. Antes del estado de alarma Susanna Griso, Nacho Escolar, Carmen Calvo y compañía exigían ir a la manifestación a sus creyentes. Ahora escriben tuits y publican reportajes como el de: «Todo lo que Trump dijo durante semanas para negar la gravedad de la crisis del Coronavirus…». Ellos que predicaban en televisión, que es el papel higiénico del pueblo, que era la obligación de la gente ir a la manifestación del 8-M. Ellos, como los de Vox pidiendo ir a Vistalegre. «España no va a tener más allá de algún caso diagnosticado». En España, a finales de febrero, decía Fernando Simón –que es experto, aunque cada vez tenemos menos claro de qué– que «ni hay virus, ni se está transmitiendo la enfermedad».
Ahora ha empezado la operación de blanqueamiento. Los videos «emocionantes» que presentan a Pedro Sánchez como si de Roosevelt con su «New Deal» se tratase. Una operación moral enorme de pensamiento plano, que es el vicio de cualquier partido en el poder. Y esta operación cuenta con un presupuesto de 200 mil millones de euros. David Felipe y un servidor hemos bautizado esta maniobra moral como «operación Colgate». Y consiste en que cuando alguien recuerda estas citas –con comillas y todo– y la insensatez irresponsable de unos cuantos sectarios ideológicos, se le abalanzan otros tantos llamándole «desleal». De momento está Iceta escribiendo tuits como: «Illa, el hijo de obreros que llegó de rebote al Gobierno y ahora es el ministro de Sanidad que cae bien…». Qué poca vergüenza este autobombo mientras las familias no pueden ni siquiera despedirse de sus muertos que agonizan. Pero hay urgencia en justificar que esto era imprevisible y sobre todo, que nada se pudo hacer.
A mí quién sea el padre del señor Illa me la trae floja, pues en eso consiste la democracia. Pero para diluir el clasismo de este socialismo patrio, que se demuestra en la falta de ejemplaridad de nuestros líderes saltándose la cuarentena, tiene que ir dando paso a vendernos que la gestión fue impoluta. Y que cuando esto acabe y los miles de muertos ya sean historia ellos resolverán, también, la enorme depresión que se nos viene encima.
La única deslealtad que conozco empieza con uno mismo.