Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
La civilización dura hora y media
El cine los sábados, los domingos, el cine los días que no teníamos pensado ir al cine. La civilización dura hora y media. El cine los días de lluvia. Entrar mojado y olvidarte cuando se extinguen las luces. La nueva película de Woody Allen. Casi todas las películas de Woody Allen. Ahora que se han cargado los anuncios de los próximos estrenos antes de la película y sueltan publicidad de productos como si la pantalla del cine fuese un vulgar televisor con acromegalia… La incertidumbre por si las palomitas estarán frías, recién hechas, comérselas igual, notar los dedos llenos de sal, chupárselos discretamente, no tener con qué secarlos. No consigo acostumbrarme a que en los cines puedas tumbarte como si fuera el sillón de mi abuelo. Los cines de segunda, como las plazas de toros, con butacas raídas por aguantar los sueños de la gente despierta. Todos tuvimos una época en que íbamos más al cine. Todos nos quejamos de no ir suficiente al cine. Algún día… Netflix. El día del espectador. Los miércoles caen en tierra de nadie.
La ciudad sueña con ser Nueva York, pero los cines van desapareciendo como los quioscos. Decía Woody Allen en una entrevista por su nueva película que en Manhattan «encuentras una tienda vacía y la siguiente y la siguiente también, porque a la gente le gusta comprar en Amazon». Quizá se le esté yendo de las manos a la ciudad esto de querer ser Manhattan. O Las Vegas: han convertido el cine de mi adolescencia en un casino.
La ilusión que hace caminar por la calle y encontrarse un ciclo de reposiciones en pantalla grande. «El Padrino», ver por primera vez «Ocho y medio» de Fellini en pantalla grande. Los cines de verano, Audrey Hepburn.
Ir al cine por la noche, da igual verano o invierno. Para mí ir de día es ir al médico, ir a Hacienda, meterse en la ducha con frío. Puede que sea porque para ir al cine la primera vez en mi vida me despertaron de la siesta, todavía lo recuerdo. Tal vez ese sea mi único trauma infantil. Tara de niño bien que prefiere ir al cine por la noche mas que hacer «la revolución de las sonrisas» tratando de matar a un policía. Los policías nacionales de Cataluña son héroes, la última barrera de la civilización ante la perversión de los nacionalismos. Habría que hacerles una película. La tiranía de los paletos no es ficción.
El año pasado me tragué entera la sección de documentales de Seminci. Este año no he visto todavía la programación. El caso es ir al cine. Bastaría con que apaguen las luces y encienda el proyector, aunque no se proyecten nada. Sería una película perfecta. ¡Qué le den un Oscar al director de fotografía!