Guillermo Garabito - LA SOMBRA DE MIS PASOS

Ciudades desmedidas

Peatonalización de una calle céntrica de Valladolid ICAL

Guillermo Garabito

Las ciudades se han ido construyendo a base de ponerse capas, como una mujer que no está a gusto consigo misma. Los pueblos son otra cosa. A los pueblos les han puesto frontones y toda una ristra de cosas horribles, pero por suerte todas con solución. Lo que no tiene solución es todo lo que hemos ido perdiendo por el camino en las ciudades: el Palacio de la Ribera, el de los Almirantes de Castilla… A Valladolid, con cada nuevo concejal de urbanismo, le ocurre un poco como a Leticia Savater: que cada vez que pasa por quirófano sale pensando que se ha quitado diez años, cuando en realidad no se ha quitado nada más que la última salvaguarda contra el ridículo. El éxito de cualquier ciudad, como el de cualquier persona, es sumar años y hacerlo con dignidad.

Pienso esto en Oporto. Oporto es un pueblo grande que no tiene ninguna intención de dejar de serlo, con sus señoras en zapatillas observando el rumor de la vida desde el quicio de la puerta. En Valladolid cada vez hay menos señoras mayores en zapatillas, porque la ciudad no es para los ancianos. Las ciudades los expulsan como si, quien no pudiera seguirle el ritmo, ya no tuviera hueco ahí.

En Oporto siguen los parques abiertos. Y no nos tratan con el mismo desprecio con el que nos miran las administraciones en España desde que empezó la pandemia, como si fuésemos cepas de ‘Covid’ antes que personas. Si nos diéramos cuenta del ridículo internacional que estamos haciendo, perderían el Gobierno y las administraciones autonómicas las ganas de ir por libre, de ir a su bola, tomando medidas y desmedidas para comprobar quién es más burro.

Yo no me he escapado de Madrid como Celaá, porque no vivo en Madrid. A decir verdad no me he escapado porque esto es Iberia. Últimamente leo a Figo haciendo una defensa calmada de España. Los portugueses –lo veo en mi amigo Luis Aquino– defienden España mejor que los propios españoles, porque lo hacen de forma calmada. Y eso me hace pensar que a lo mejor, desde Felipe II, nos estamos equivocando y tenemos que pedirles hermandad con urgencia. Oporto, La Mudarra, Lisboa, Madrid.

Desde Oporto pienso que las ciudades como Valladolid ya no quieren ser confortables, sólo quieren ser modernas, por eso pintan el suelo de forma psicodélica. Un suelo por el que anduvo Quevedo, que en vez de ponerlo en valor es mejor pintarlo como si acabara de cagarlo un unicornio con diarrea.

Precisamente por eso nuestros políticos han tenido la lúcida idea de que si copiamos a los países europeos que no están tan mal en esto del coronavirus como nosotros, algo estarán haciendo bien. Y en vez de copiar en lo de hacer caso a los expertos, deciden que los restaurantes cierren pronto. Para que seamos europeos a base de cenar a la misma hora que se cena en Viena.

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