Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Cazuelas de barro
«Las caceroladas son un eco a revolución menesterosa. Y si todo lo que le queda a la derecha en pleno siglo XXI es sonar así, quizá sea que no hay derecha en España»
Las protestas que suenan a cacerola están condenadas al fracaso. Nada que suene a cacerola puede ser sinónimo de éxito. Cada vez que suenan a las nueve de la noche me da la sensación de estar en un campamento con los críos a punto de sublevarse al grito de: «¡Queremos comer!». Las caceroladas son un eco a revolución menesterosa. Y si todo lo que le queda a la derecha en pleno siglo XXI es sonar así, quizá sea que no hay derecha en España. Igual que no hay izquierda desde que Pablo Iglesias, Pedro Sánchez e Ivan Redondo alentaron que país le diera a la cacerola contra el Rey.
Me tiene inquieto estos días que las ideas de la derecha suenan a cazo vacíos,eso nos deja con un Gobierno fallido para abordar nada que no sea la propaganda y una España parada y diecisiete formas de hundir el país. Cada una a su ritmo y a su ego. Lo más contrario que se me ocurre al sonido de una cacerola es la voz de Martínez Almeida, al que yo nombraría alcalde de España; empezando por Valladolid. Después está Inés Arrimadas que no suena a cacerola, sino que suena a pedrada en una puerta de chapa cada vez que le da para lavar su imagen un voto de confianza más al Gobierno -y otro- a cambio de mantener secuestradas nuestras libertades un mes más. Para no sonar a metal frío, a mercenario con el estómago vacío, conviene hablar con autoridad. Ayer lo hizo el presidente del TSJ de Castilla y León, sumandose a la lista de muchos juristas que advierten que «tenemos suspendidos algunos derechos fundamentales y no limitados» como se prevé en la Constitución.
Las caceroladas son la revolución de los pobres de espíritu, desde que las pusieran de moda Ada Colau, Iglesias, Echenique y así. Las cacerolas suenan a lo mismo pidan que le corten la cabeza al Rey o a Pedro Sánchez. Aunque la del monarca sea la cabeza del Estado y la de Pedro Sánchez sea otra cazuela vacía más.
Yo me niego a salir con la cacerola al balcón, igual que me niego a escribir columnas que tengan eco de acero inoxidable. A mí las únicas cazuelas que me interesan son de barro y con lechazo o para hacer alubias con liebre, que eso sí que es hacer la revolución.