Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Capricho
«Yo paso el verano en el capricho de mi abuelo, con sus muros como un búnker para resguardar la civilización y mantener el jardín alejado del ruido y de la furia»
Aquí el ruido es distinto, sólo hay rumor de hojas y los años se han quedado quietos. No hay ese ruido mundanal de las mañanas, ni de los políticos con su España arrojadiza. La prensa tiene más hondura porque aquí leo de otra forma y a mi ritmo; en los bares se lee al ritmo de la música. Los periódicos se inventaron para leerse todos en verano y a mí me inventaron para vivir también de junio a agosto. El verano es una cosa que me atañe.
El estío es ir posponiendo eternamente escribir un libro. El primero lo escribiré un verano, terminará a fecha de septiembre en La Mudarra y hablará de procrastinar en los jardines y en los siglos. Habrá niños jugando al escondite más allá de la tapia cada noche y como en esta columna, no habrá políticos. Leer -y escribir- columnas donde no aparecen políticos se ha convertido en un capricho.
Todos los veranos digo que me quedaré a vivir aquí, porque aquí en mi soledad es cuando soy aún más yo mismo. En los pueblos se es uno mismo sin necesidad de ese aborregamiento colectivo, de este conmigo o contra mí de los horarios que se han impuesto en las ciudades. Aquí en el jardín se puede ser liberal por las mañanas cuando abre la bolsa, burgués para el aperitivo y por las tardes socialdemócrata y pasado ser ya sólo uno mismo. Ser uno mismo, caprichos que tiene uno… Para ser comunista hace falta tener traumas infantiles y por suerte nadie que no tenga una estatua puede ya ser fascista, o facha, o cualquier otra cosa deleznable.
Mi jardín empieza a ser todo lo que queda de Occidente: una virgen, unas piedras, unos lirios y la libertad para ser aún uno mismo. Mi jardín es el jardín de los caprichos, una selva donde permanezco voluntariamente aislado. Hasta aquí vienen a rescatarme algunas tardes amigos con su mascarilla. Juan el del «Colmado» es una columna, o mejor un libro entero -pero ya se lo ha pedido Peláez-, sobre todo cuando dice cosas como «¿ah, pero que tú no lees en francés?». Después me cuenta que veraneaba de pequeño en el «Capricho» de Gaudí, allá en Comillas. Yo paso el verano en el capricho de mi abuelo, con sus muros como un búnker para resguardar la civilización y mantener el jardín alejado del ruido y de la furia.