Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Cada 23 de abril

«Qué distinto y qué igual el tiempo: unos hombres valientes, un poeta y Castilla, una vez más, en el centro de la historia»

Guillermo Garabito

Estas amapolas son las mismas que aquellas, y este abril el mismo que hace quinientos años. La Casa Grande en su sitio con su espadaña enhiesta, como entonces, y yo diría que incluso mi abuelo Godofredo ya estaba allí. Tan sólo esperó cuatrocientos cincuenta y siete años para contar que la historia pasó justo enfrente aquel día -por su «ventana grande»- cuando los comuneros caminaron por el Valle del Hornija hacia la gloria.

Qué distinto y qué igual el tiempo: unos hombres valientes, un poeta y Castilla, una vez más, en el centro de la historia. Y yo me pregunto si estas amapolas nuestras son la sangre de Padilla, Bravo y Maldonado, digo más, la sangre de todos esos hombres de Castilla, pastores, labriegos, maestros y curas, que bruñeron su piel entre el esfuerzo y el sol o son cada una un verso de mi abuelo, o tal vez acaso sean todas lo mismo.

Ese es el viaje que hace el poeta, poniendo palabras a cada huella de los hombres que marchaban con ansias de libertad, sin saber que eran germen de una modernidad estruendosa. Y pone palabras limpias, el verbo exacto de un idioma cada vez más pobre y postergado que ya son pocos los que consiguen recordar. Un español pulcro de caballero viejo que ha vivido cada palabra que escribe y por eso sabe nombrar, no sólo el arado y la reja, ni tampoco las trochas o majadas, sino la libertad, esa libertad que se trabaja a pulso y a «a fuer de mil heroísmos». Porque mi abuelo Godo es el cantor de la libertad que supuso aquel fragmento de la historia del que se cumplen quinientos años y es el cantor de un pueblo, de unos pueblos que también van buscando la libertad.

Los pueblos de España que mueren «sin poder morir cantando». Los pueblos de los que pocos se acuerdan salvo en verano, los mismos pueblos que cada vez han quedado más despoblados y así año tras año. Y a esos son a los que clama el poeta en sus ‘Amapolas comuneras’ que son una oración, porque el alma de todo buen castellano viejo reza en romance. Un grito contra la despoblación, unos versos donde se deposita la fe para que, igual que los comuneros trataron de cambiar la historia, un destino difícil pero no por ello menos injusto, a los pueblos de España todavía les queda una última oportunidad. «¡Cada 23 de abril / se alce tu cruz, comunero!».

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