Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
El arte de aburrirse
«Permítanme que yo siga aplaudiendo a las ocho al personal sanitario y se acabó. A Begoña y a Laura, a Ignacio a Vero y a Miguel, por ejemplo, que les pongo nombre y apellidos. Y con nombre y apellidos todo se vuelve real»
Hasta esta ventana no llega el murmullo del mundo, por eso sigo leyendo el periódico por las mañanas. Mis vecinos, que son gente tranquila, aplauden a las ocho de la tarde, se da las buenas noches y hasta mañana. Y los miradores se convierten en cajas de música calladas. Este es mi mundo, al que miran mis ventanas. Y los periódicos, para mirar a larga distancia. La ciudad sigue siendo el escenario de una guerra que nunca ocurrió; no hay bombardeos nocturnos, sólo ambulancias. Y la vida se abre paso mientras se abren las ventanas.
A las ocho de la tarde lo de las ventanas, que bien pudiera ser un nuevo poema de Lorca, es de esos gestos que nos salvan como sociedad, pero todo tenemos que pervertirlo. No hacen más que llegar convocatorias: ayer sin ir más lejos llegaron tres. «Por ser el día del padre los niños saldrán a las 19h a cantar al balcón ‘Hola don Pepito, hola don José’». A la misma hora se convoca también un aplauso estruendoso «en agradecimiento a la donación de Amancio Ortega». Y a las nueve, la asociación feminista de turno, «una cacerolada contra los jueces del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León por la sentencia de la Arandina». Conclusión, que uno ya no puede salir ni a pasear la mirada por la ventana, a ver si van a confundir mi cabeza y la contabilizan a favor de cantarle a don Pepito en vez de mi expreso reconocimiento a don Amancio. Así pasamos la vida, con el personal exigiendo programación en los balcones 24 horas al día. Aplausos, caceroladas, «raggaeton» y bingos… Cómo nos urge aprendernos a aburrir. Pero qué le vamos a pedir a una sociedad que compraba los libros en Ikea huecos y por colores.
Permítanme que yo siga aplaudiendo a las ocho al personal sanitario y se acabó. A Begoña y a Laura, a Ignacio a Vero y a Miguel, por ejemplo, que les pongo nombre y apellidos. Y con nombre y apellidos todo se vuelve real.
Si usted se aburre, lea el Quijote o písese un pie, me da lo mismo. Pero no saque sus miserias morales para airearlas por la ventana. ¡Practique el arte de aburrirse! Conviene ejercitar la aristocracia del espíritu, que dice Montano, porque esta cuarentena habrá servido de algo si cuando acabe ha aprendido aburrirse solito y en paz.