Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

El arca de Noé

León disecado que la Guardia Civil intervino esta semana en Segovia ICAL

G. GARABITO

En España entre los setenta y los noventa todo el mundo quería vivir como Pablo Escobar en la Hacienda Nápoles, pero como no éramos narcotraficantes –y dar de comer animales vivos sale caro– nos conformábamos con un perro o algún bicho disecado junto a la chimenea. Luego, como siempre hay clases, estaba Jesulín que tenía a Currupipi, que es el tigre que mordió a Cristo.

Esta obsesión por atesorar animales en casa, vivos o muertos, a Freud le habría vuelto loco. Pero a los que trae de cabeza es a la Guardia Civil que incautó el otro día en Segovia un león tieso que transportaban en una furgoneta y requisaba también un oso disecado en Medina de Rioseco.

Castilla y León es una casa de fieras, término que siempre me gustó al pasear por El Retiro. Y yo me siento como Félix Rodríguez de la Fuente paseando por la sabana de los Torozos. España ha cambiado y se han prohibido los circos con animales en casi todas las ciudades, pero nadie ha legislado todavía sobre los circos de los políticos. Tal vez sea esta la fórmula de recuperar los 142 millones del IVA que ya nunca nos devolverá el Gobierno de Pedro Sánchez. Mejor que hacer un «crowfunding» podemos poner a un chaval a la puerta de la comunidad gritando: «¡Pasen y vean!». Porque aquí tenemos mucha fauna, más que flora, que enseñar. Incluso animales extintos, como Mañueco, que es un dinosaurio, porque los políticos sin sal que no ambicionan titulares son de otra época ya lejana. Tenemos también a Igea que es un elefante en la cacharrería de la Junta y de Ciudadanos. Todas las cacharrerías le parecen pocas… Y después está Tudanca. Tudanca da igual el animal que sea –aunque político cada vez queda más claro que no– lo importante es que parece que lo han disecado por su silencio con todas las polémicas del nuevo Gobierno.

Salir a pasear por aquí es como hacerse un safari por África sin tener que vacunarse. Hay pavos reales y hay alcaldes. A uno le puede envestir Óscar Puente en las redes sociales si se descuida, porque los alcaldes son una especie aparte. Los hay bravos y luego está Guarido, que es como un unicornio zamorano, que aumenta la leyenda prodigándose poco en ningún sitio. «Es que yo no viajo», que repite. Después está Jose Antonio Diez, que es un roedor con tamaño proporcionado, de cabeza y cola, que se cree un león.

Esto es Castilla y León, uno viene esperando encontrar paz sin mar y se encuentra un zoológico de noventa y cuatro mil kilómetros cuadrados. Contaba un amigo que trabajaba en «Valwo» que, cuando se cerró el zoo, se soltaron muchos de los bichos por Matapozuelos con nocturnidad y alegría. Después de aquello yo ya me espero cualquier cosa. Incluso que terminen apareciendo las famosas ballenas de María Jesús Ruiz. «Llamadme Ismael», porque «Castilla y León es vida»… salvaje.

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