Ignacio Miranda - Por mi vereda
Genotipo anticlerical
«Tiene bemoles que en Valladolid, un grupúsculo de nostálgicos que idealizan la bandera tricolor como sinónimo de democracia, elijan para concentrarse el 14 de abril la Plaza de la Libertad, en pleno centro, cuando no la respetan»
A fuerza de radicalizarse, de echarse al monte para arrear coces y soltar respingos de potro cerrero, la izquierda de este país -que a menudo emplea la citada perífrasis por no considerarse española- vive entre la mentira y la contradicción permanente de ocultar de dónde viene sin saber tampoco a dónde va. Tiene bemoles que en Valladolid, un grupúsculo de nostálgicos que idealizan la bandera tricolor como sinónimo de democracia, elijan para concentrarse el 14 de abril la Plaza de la Libertad, en pleno centro, cuando no la respetan. Aunque lo de los nombres del viario público dan para mucho, pues ya el PCE del prócer de Paracuellos tuvo su sede en la calle de la Santísima Trinidad de Madrid, a modo de recuerdo al propio Carrillo, La Pasionaria y Alberti. Se entiende.
Antier, Domingo de Ramos, dos cofradías vallisoletanas regresaban a su templos con las filas de niños que habían asistido a la procesión de la Borriquilla cuando, al pasar por la mencionada plaza, algunos manifestantes puño en alto empezaron a proferir gritos de «meapilas», «España, mañana será republicana» y «Todos los Borbones son unos ladrones». Porque al parecer les molestaba la marcha que tocaba una banda de cornetas y tambores, con aire marcial de desfile. Luego ya hubo algunos empujones hacia los cofrades, al lado mismo de los niños asustados, que no pasaron a más por la actitud templada de aquellos, sin caer en la provocación.
En Rentería o en Valladolid, vemos el rostro de una extrema izquierda totalitaria y revanchista, incapaz de convivir en la calle dentro del respeto a la libertad que tanto reclama, que prohibiría mañana la religión cristiana -con el islam no se atreve- en busca del paraíso laico donde idiotizar a los ciudadanos con sus embustes y soflamas. La que lleva en su genotipo esa vena anticlerical que obvia el inmenso compromiso social de la Iglesia, que le impele a retirar crucifijos -decisión contra la que ahora se pronuncia un Juzgado- sin atender la reflexión del agnóstico Tierno Galván cuando se preguntaba a quién puede incomodar «ese símbolo de un hombre justo que murió por los demás». Pues a una horda intolerante, que nos deportaría a los gulags por creer en Dios, al olvidar que la pisoteada Constitución garantiza la libertad de culto.