Antonio Piedra - No somos nadie

+ que un gacetillero

«El periodismo de Jesús Fonseca, curiosamente, también discurre por las veredas de una verdad nada inocente, y que debió aprender de su gran amigo Gracián...»

Se mire donde se quiera, en Jesús Fonseca –por más que se autodefina como un «gacetillero irreverente»– aparece siempre el periodista rotundo y verdadero, que es muy distinto. El recurso al gacetillero no es más que una triquiñuela fonsequiana. O en todo caso, refiere una maravillosa federación natural apuntada en Mateo 10, 16: «Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas». Lo de gacetillero, por tanto –o sea, redactor de noticias breves y volanderas, correveidile que en el XVII ya se usaba como sinónimo de «mentir mucho» o «mentir más que la Gaceta»–, queda bien para recibir con humildad el Premio Cossío a una prolongada y fecunda labor periodística como la suya. Y poco más, porque él es así.

Todo cuanto sé de Jesús deriva de una consecuencia breve y depurada: la del periodista que, al modo de Rubén Darío –el nicaragüense también se consideraba un gacetillero a principios del XX–, escribe «con sangre». Este aragonés castellanizado hasta en los puntos suspensivos, lo hace en todas partes. Todo lo demás se reduce a hacer periodismo en tiempos difíciles sin que se note. Y hay que ver cómo lo demuestra. Conocí a Fonseca durante la enfermedad y muerte de su esposa. Gran error el mío. Pensé encontrarme con lo más vulnerable, tristón, y desvencijado del hombre. Pues no. Incluso en esta circunstancia tan frágil, el gacetillero fingido dominaba la economía de las sinrazones repartiendo fortaleza, confianza, humanismo y fe como un crupier avezado.

El periodismo de Jesús Fonseca, curiosamente, también discurre por las veredas de una verdad nada inocente, y que debió aprender de su gran amigo Gracián cuando decía el gran aragonés que esa verdad, si realmente importa tanto, ha de contemplarse en sus dos caras auténticas: la propia y la ajena. Y claro, un periodista de raza como Fonseca capta de inmediato el peligro de escribir una noticia como si fuera propia o se contara en una sola dirección. Y entonces el periodista, nada gacetillero, da paso al filósofo o al poeta: la dispone como si fuera nuestra hasta parecer más desnuda, menos dañina, más cercana y tan universal como una luz platónica que emerge de las sombras.

Así que este servidor se rinde. De este modo es difícil, por no decir imposible, competir con una personalidad como la de Fonseca. Mi mujer siempre me pone su ejemplo: «pero hijo, Antonio, ¿es que no puedes vestir, hablar, escribir, y razonar como Fonseca?» Imposible. Incluso cuando lo imito, no me sale. Y entonces Jesús, en su dominio de periodista comprensivo, me regala sistemáticamente una corbata. Tengo tantas en mi ropero de quita y pon que hasta echo de menos sus chaquetas y camisas tan elegantes. Pero, ay, no me sirven. Qué pena. Y es que el estilo es el hombre, y el de Fonseca va con el suyo ligero de convenciones mientras los demás paseamos un cadáver.

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