Artes&Letras
La forja de un novelista
Ignacio Martín Verona publica su segunda novela, una historia poderosa ambientada en la España de postguerra a partir de hechos verosímiles
Saber contar historias es un don; saber contarlas bien es una virtud. Y don y virtud comparecen en la palabra escrita de Ignacio Martín Verona con evidente naturalidad. Ya en su primera novela, La corte de los ingenios, ambientada en el Valladolid de corte imperial, mostraba el autor un dominio pleno del artificio narrativo y una capacidad innata para hilar trama. Ahora, con La tabla de Himmler, su segunda novela, volando por encima de la proliferación de obras que abordan la obsesión nazi por el hallazgo de elementos de carácter esotérico vinculados a la tradición cristiana, Martín Verona nos regala una historia poderosa. Una historia que, a partir de hechos verosímiles, se incardina en aquella España de la inmediata postguerra; una España completamente rota por el costurón de la guerra fratricida y que a duras penas trata de mantener un equilibrio inestable entre el filonazismo y la neutralidad.
Y en ese escenario sitúa Martín Verona a un personaje como Aurelio Tobar, un joven historiador al que el mismísimo Caudillo a través de sus más fieles colaboradores encomienda la tarea de localizar y poner a buen recaudo la llamada Mesa de Salomón, un objeto que como tantos otros cálices, arcas y paños ha burlado el paso de los siglos y el de mil y una vicisitudes para llegar hasta el presente investido de sobrenaturales poderes y energías. Pero como en toda buena historia, en ésta también hay quien no está dispuesto a ponerle las cosas fáciles al bueno de Tobar. Surge ahí la figura del histórico doctor Santaolalla, con sus incontenibles ansias de agradar a un Himmler en plena efervescencia histórica e interesado en hacerse con el preciado objeto.
No falta en la historia un bien integrado ingrediente amoroso que se hace carne en la figura de Mercedes, una muchachita de aspecto frágil y firme carácter cuyo padre, preso por vencido, guarda el secreto que guiará a Tobar hacia su objetivo y que, como ha de suceder en este tipo de intrigas, es quien sin quererlo propicia el desarrollo de un argumento vigoroso y seductor. Un argumento al que pocos peros se le pueden poner, salvo quizá una mayor posibilidad de texto, que no sólo admitiría sino que, incluso, la novela y la historia piden con fuerza; así como -y unido a esto-, una más profunda explotación y exploración literaria de determinados personajes, especialmente del de Mercedes, un auténtico filón narrativo quizá no suficientemente aprovechado.
Pero en cualquier caso, hablamos de una novela redonda, contundente y de las que contribuyen a la forja de un excelente novelista. Y si no, al tiempo.