Fiesta Nacional

La fiesta de los toros se encuentra en una de las mayores encrucijadas de su secular historia ante la virulencia de ataques externos, seguidismos políticos antitaurinos, torpes defensas institucionales y unos profesionales ocupados de lo suyo. Los antitaurinos defienden al animal y sus derechos, mientras en otros foros propugnan la muerte digna de la persona (es decir, el exterminio de hombres y mujeres que por enfermedades incurables y falta de entornos familiares estorban en la sociedad). Pero debajo de la oposición al maltrato animal se esconde esa ola antisistema, encaminada a abolir cuantas costumbres, tradiciones y marcos de convivencia conforman una sociedad que quieren cambiar mediante la ruptura que imponga otro modelo, que no respete la libertad y la diferencia. Se aprovechan en su táctica del buenismo inconsciente de los que hacen suyos discursos sin una reflexión personal; o de los otros que arropan las corridas de toros en la bandera nacional y las defienden a golpe de «decreto».

Sin embargo, los valedores del arte taurino (escribo consciente de la valoración artística) no son conscientes de que el enemigo está dentro, en los profesionales de la Fiesta. Éstos cada vez hacen más trampas, a las que el mundo taurino ha sido siempre proclive, que minan el interés de las corridas y ahuyentan a los aficionados. Además, la profesión taurina sigue instalada en cachets inasumibles y gastos ilógicos en tiempos de crisis, en la espiral de vaciar las plazas para cobrar derechos de televisión y en dificultar la difusión. Los resultados están ahí: cemento en lugar de público, debilidad frente a los antitaurinos y llamada a las instituciones para la protección y la subvención, pero de regeneración interna nada.