Artes&Letras

Fermín Herrero, poeta oriental

El escritor soriano conjuga la observación de la naturaleza y la consolidación de una memoria original en su nueva obra, «Húrgura», con fotografías de Henar Sastre

Fermín Herrero junto a la fotógrafa Henar Sastre HERAS

Carlos Martín Aires

La editorial vallisoletana Páramo ha publicado este año una de esas maravillas sutiles y determinadas que se ajustan a los límites de un libro: Húrgura, volumen que conjuga los poemas de Fermín Herrero y las fotografías de Henar Sastre, en un pequeño formato cuya elegancia recuerda al afán con que los matemáticos de la Antigua Grecia buscaban la cuadratura del círculo.

Fermín Herrero es un poeta castellano, pero es también un poeta oriental. Primero, porque es del oriente de Castilla, y segundo, porque ha tenido la voluntad de utilizar en sus obras ciertos elementos de la poesía clásica china. Si en otras ocasiones ya se había ceñido a las restricciones formales del haiku, esta vez -de manera expresa- es el juéjù o «cuarteta china» el vehículo de expresión elegido, no tanto como molde métrico sino más bien como referencia estilística. El mismo autor indica en una nota final cómo, de haber podido elegir, le habría gustado ser un poeta de la dinastía Tang. Sin embargo, en su querencia por ser Li Bai o Wang Wei, Herrero está encauzando el descriptivismo lacónico del Cantar de Mío Cid, la agudeza observadora del Arcipreste de Hita y la hondura metafísica de Jorge Manrique. Es decir, que cuenta con un conocimiento de su herencia literaria que le permite establecer las bases de una obra poética sólida.

El conocimiento de su herencia literaria le permite establecer las bases de una poética sólida

«Húrgura» es una palabra que no está en los diccionarios. Es un término local, que se refiere a los remolinos de nieve, a la cellisca que impide ver bien o caminar, y que Fermín Herrero rescata por varios motivos: en primer lugar -como él mismo confiesa-, por su eufonía repetitiva y por el vínculo que restaura con su infancia en Ausejo de la Sierra; pero en última instancia, porque, en la manida cuestión sobre lo local y lo universal, Herrero no se alinea con ningún tipo de determinismo geográfico, sino que es un posibilista. Es decir, que el haber nacido en Soria no define una manera de escribir ni estipula un cupo de palabras autóctonas, sino que un castellano, bien asentado en su tradición poética, cómodo en el uso de la lengua que aprendió de sus padres, puede llamar a las cosas por su nombre y ser comprendido en cualquier parte del mundo. Es más, puede querer ser chino y no por eso ser menos soriano: «En una tarde de húrgura, anocheciendo, venir, / cegado y aterido, hasta el poema, y, luego, / en la claridad del canto, serenarse, con un solaz / de nieve y de sosiego recibir, jubiloso, el amanecer».

Las «cuartetas orientales» de Fermín Herrero, fieles a su estilo sincopado, preciso y, en cierto modo, elusivo, se suceden en Húrgura sin ningún orden explícito, aunque existen dos hilos conductores que son la observación de la naturaleza -también del paisaje urbano, en ocasiones- y la consolidación de una memoria original. Con estas pinceladas, las imágenes se tornan caligrafía en los versos de Herrero, al mismo tiempo que se encarnan en las fotografías de Henar Sastre, intercaladas en las páginas del libro. La reconocida fotógrafa vallisoletana ha conciliado con acierto el paisaje castellano y el detalle oriental -la hoja en el charco o la neblina sobre el agua, que parecen sacados de un haiku de Li Bai pero no pueden ser más de Valladolid-, con unos blancos y negros que sugieren otras luces a los poemas que acompañan, y unos paisajes en color en las páginas centrales que matizan la condición invernal de la «húrgura». Imágenes y palabras que se precipitan hacia un poema final tan claro como conciso: «Quedarme / como estoy. / Y ella. / Y ellos».

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