Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

España y la otra

«Que la infancia de Antonio Machado no transcurrió en Soria lo aprendió Pedro Sánchez hace algunos años»

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez EFE

GUILLERMO GARABITO

Que la infancia de Antonio Machado no transcurrió en Soria lo aprendió Pedro Sánchez hace algunos años, mientras los demás aprendíamos que él no había leído a Machado. Para ser «buen» político –de los de hoy– escribí una vez que te la tiene que traer floja Cervantes, pero pedir con enérgicas quejas unos fastos que conmemoren el aniversario de su muerte. Y Sánchez quiso demostrar que como buen cateto él no iba a ser menos y se llevó en un tuit los limoneros, el huerto claro y el patio entero del poeta sevillano a Soria. O tal vez fue para despatrimonializar Andalucía y a Susana. En Soria, aunque no sea cuna del poeta, el sábado la Fundación Española Antonio Machado le rendía homenaje en el aniversario de su muerte. A fin de cuentas en Soria fue profesor y conoció a Leonor.

Machado murió hace setenta y nueve años alejado de las dos Españas del 39. De la que ganaba y de la que perdía la guerra; aunque en realidad la perdieran las dos. Españas siempre hay dos. Esa cainita que quiere auparse sobre la otra cada cierto tiempo. Y ahora, también, esta otra España que dice que no quiere ser más España. «Las dos Cataluñas», de las que habló Borrell en su intervención del sábado. España es ese país donde «entre nublado y nublado / hay trozos de cielo añil». Y cómo de intenso tiene que ser ese añil, ay.

Pero Españas siempre habrá dos: la que lee y la que no. Aunque esta no es una cosa exclusiva del PSOE y de Pedro Sánchez. Le ocurrió a Ribera con Camus y también al PP de Fátima Báñez. La ministra, mientras recibía a algunos de los escritores jubilados que no pueden cobrar los derechos de autor y la pensión, presumía –en la intimidad de la reunión– de que «a ella le gustaba mucho la poesía». Menos mal… Pero al poeta hay que maltratarlo con el Fisco.

Esa España y la otra. Machado murió en Collioure sabiendo que «al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar.» Quizá por eso su último verso, aquel que encontraron al paso de los días tras su muerte en el bolsillo de su gabán, fuera: «Estos días azules, y este sol de la infancia». La infancia, entendió Rilke, es «la verdadera patria del hombre». E infancias, por suerte, no hay dos.

España y la otra

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