JUICIO POR EL CRIMEN DE ISABEL CARRASCO

Dos escenarios, una verdad

La defensa trata de exculpar a Triana alegando que recogió el bolso con el arma de un garaje y no de forma pactada en un pasdizo

Pasadizo en el que Montserrat entregó el bolso con el arma a su hija, según el fiscal y la acusación A. M. DÍEZ

ROSA ÁLVAREZ

Seguida por un policía jubilado e identificada por varios testigos que vieron cómo huía de la zona del crimen , Montserrat González se quedó pronto sin margen de maniobra. Una vez detenida -de forma casi inmediata- probar su autoría era cuestión de tiempo, por lo que seguir negando los hechos de poco le hubiera servido. Tras la primera noche en los calabozos de Comisaría, Montserrat confesó haber acabado con la vida de Isabel Carrasco y trató entonces de luchar por lo único que todavía podía conseguir: que su hija Triana Martínez -también detenida- quedara en libertad . Exculparla se ha convertido en el principal objetivo de su letrado en la primera semana del mediático juicio que arrancó el pasado martes. Se afana en demostrar su falta de implicación apostando por dos argumentos: el momento en el que se produjo una llamada entre ambas y que l a joven recogió el bolso con el arma «tirado» por su madre en un garaje y que ésta no se lo entregó de forma premeditada en el pasadizo que une la plaza de Colón con Gran Vía de San Marcos como defienden las acusaciones.

En las primeras tres sesiones, José Ramón García, encargado de la defensa de ambas desde aproximadamente la mitad de la fase de instrucción, ha tratado de desmontar la existencia de un plan criminal previo afirmando que cuando Montserrat llama a Triana es antes de matar a Carrasco y no después (como sostienen las acusaciones considerando que lo hizo para quedar con ella y entregarle el revólver del que debía deshacerse). «He visto a Carrasco y se va a acabar», aseguró Montserrat que dijo a su hija en esa breve conversación. Para su letrado, tras esta advertencia Triana habría ido al encuentro de su madre viendo cómo arrojaba un bolso a un garaje situado a la altura del número 21 de la calle Lucas de Tuy. Temiendo que hubiera matado a la presidenta -siempre según su teoría-, lo habría recogido del suelo por si, como señaló, el arma utilizada había sido la de su padre, entonces comisario jefe de Astorga.

No obstante, esta argumentación choca de forma frontal con lo que ambas declararon de forma previa y por separado tanto en Comisaría como en el Juzgado días después del crimen. Antes de que contrataran a José Ramón García, las dos habían apuntado que su encuentro se había producido en un pasadizo, el que une la plaza de Colón con Gran Vía de San Marcos, donde intercambiaron el bolso con el arma y Montserrat pidió a Triana «que lo hiciera desaparecer», según consta en el sumario. ¿Por qué de forma inicial aseguraron esto cuando ahora su versión de los hechos es distinta? Tanto una como otra sólo han acertado a decir durante el juicio que su explicación inicial fue a petición de los policías de Burgos que llegaron un día después del crimen para reforzar la investigación. Ellos, insisten, les recomendaron que citaran este punto como lugar de encuentro, lo que puede resultar extraño teniendo en cuenta que se trata de un pasadizo poco conocido para los leoneses, menos aún para dos agentes llegados de otra ciudad.

Para reforzar una u otra teoría, la tercera sesión de la vista resultaba clave. Estaba llamado a prestar testimonio el policía jubilado que siguió a Montserrat tras el crimen y permitió su detención. A preguntas del fiscal, relató cómo fue tras ella, llegando a perderla de vista antes de entrar a la plaza de Colón y después de superar el mencionado garaje. Luego giró a la izquierda y después a la derecha. Hasta ese punto, subrayó, ella continuaba sosteniendo el bolso y agarrando el arma. Dijo también que en ningún momento vio a Triana, lo que concordaría con que madre e hija se encontraron en el pasadizo y no antes.

Cuadra

Aquí intervino la defensa, que pidió que se reprodujera en la sala el contenido de una llamada al 112 en la que él, agitado y con voz atropellada, insistía en que seguía a la autora de los disparos pero se le había «despistado». La llamada no llega a dos minutos, cuando el recorrido desde la pasarela donde se produjo el asesinato y el lugar en el que el policía y Montserrat se encontraron de nuevo ronda los cinco, por lo que no contradiría necesariamente su exposición anterior.

Sin embargo, llegados a este punto saltó la sorpresa, el policía jubilado dijo no reconocerse en esa grabación , lo que el letrado aprovechó para cortar el interrogatorio y acusarle de prestar falso testimonio. «Creo que no soy yo», señaló. También a su mujer le costó identificarle en la grabación y fue solo cuando la escuchó dos veces cuando dijo «sí, es mi marido».

Sin margen ya para más preguntas, ya que el letrado de la defensa cerraba el interrogatorio, el policía jubilado abandonó la sala cuando se había sembrado ya la duda sobre la veracidad de su testimonio. Lo cierto es que tanto en sus declaraciones iniciales en Comisaría y en el Juzgado reconoció haber llamado al 112. En la primera no especifica si llegó a establecer conversación o no y, en la segunda, cuenta que intentó llamar al servicio de emergencias y «se le cortó, le resultó difícil hacer la llamada mientras iba detrás de la mujer» y también que «llamó al 112 y la llamada duró muy poco, no consiguió entenderse con ellos», lo que se aprecia también en la grabación reproducida durante el juicio, de contenido embarullado y que el final se suspende. Habrá que esperar ahora si los testigos y las pruebas periciales que se aportarán en las siguientes sesiones inclinan la balanza hacia uno u otro lado y qué versión -si el encuentro fue casual en el garaje o fue voluntario en el pasadizo- es la que consigue convencer al jurado popular que emitirá el veredicto.

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