Día de Todos los Santos
Enterradores: ese difícil oficio al servicio del dolor
Están en esta profesión porque «alguien lo tiene que hacer». De pueblo o de ciudad, poco ha cambiado en su trabajo, pero sí perciben una imparable decadencia del culto a los muertos
Cuando entré por primera vez en el cementerio de El Carmen para trabajar, pensé que iba a durar a penas media hora». Desde entonces han pasado 18 años y Diego Parras se toma su oficio de enterrador como «un trabajo más». Es uno de los siete empleados municipales que agotan su jornada laboral entre lápidas y tumbas en este antiquísimo camposanto vallisoletano -en su puerta de entrada se anota el año 1843-. ¿Es duro lidiar cada día con el dolor de otras personas? «Al principio sí -confiesa-, luego poco a poco lo vas llevando».
Enterramientos, traslados, limpieza, reducciones -quizá, lo más desagradable-, son algunas de las tareas diarias de Diego, en cuya cabeza tiene cada pequeño y recóndito rincón del cementerio. ¿El más especial? No lo duda, la zona del Panteón de los Ilustres. «Es la que más me llama la atención. Hay capillas muy bonitas. De las que ya no se hacen...».
Hay quienes piensan que para trabajar en un camposanto hay que estar hecho de otra pasta. Diego no lo cree así, aunque admite que no todo el mundo vale. «Recuerdo un chaval en Madrid que cuando salía de trabajar y estaba con su familia, no se le iba de la cabeza lo que había visto» , dice Fernando Fernández, responsable de Nevasa, la empresa que gestiona los cementerios y servicios funerarios de Valladolid. Sin duda, añade, «el grupo ayuda mucho. Entre todos, se va desdramatizando un poco».
Poco ha evolucionado de esta profesión. Al ser, la mayoría, espacios reducidos, en los cementerios antiguos es difícil trabajar con maquinaria, al contrario que en otros más modernos como Las Contiendas, donde el descenso de las cajas está mecanizado. Lo que sí percibe Diego que ha cambiado en sus casi 20 años de trabajo es una decadencia del culto a los difuntos. «Es verdad que viene menos gente».
Si poco ha cambiado este oficio en los camposantos de las ciudades, menos lo ha hecho en los pueblos. Andrés Rodríguez Fernández lleva dos décadas realizando enterramientos en Camarzana de Tera y otros pueblo pertenecientes a este ayuntamiento zamorano: «Es un trabajo poco agradable, pero alguien lo tiene que hacer» , confiesa. Poco ha cambiado de este oficio.
De su peculiar trabajo «a tiempo parcial» no le faltan anécdotas, como cuando «desgraciadamente» en alguna ocasión se ha resbalado una cuerda al bajar el ataúd y la caja se ha abierto al caer al hoyo. «En ese caso solo queda bajar y volver a componer aquello para salir del bache, no se puede hacer otra cosa» , indica
este vecino, que recuerda que antes la mayoría de los enterramientos eran en tierra y ahora se realizan en panteones y nichos. Eso sí, la forma de bajar el féretro con cuerdas no ha cambiado, ya que aunque existen sistemas más modernos que lo hacen de forma automatizada, «aquí no estamos preparados para ello, es para sitios con más volumen de trabajo».
«Siempre da respeto»
Entre las dificultades del oficio cita lo de abrir la lápida, ya que «alguna vez me he pillado un dedo». Tampoco le gusta lo de trasladar restos óseos porque es algo que «siempre da respeto», pero que ha estado obligado a hacerlo en alguna ocasión, especialmente cuando hace más de diez años se produjo el traslado al nuevo cementerio de este pueblo de medio millar de habitantes.
Ahora están inmersos en un proceso similar en el pueblo de al lado, Santa Marta de Tera, donde el camposanto se ha trasladado de los aledaños de la iglesia de peregrinación jacobea que da nombre a la localidad. El problema es que en el antiguo aún se realizan enterramientos y no está previsto que se clausure hasta dentro de cinco años. Aunque tiene sus días contados, las familias que disponen de panteón en el viejo cementerio lo prefieren al nuevo, donde apenas se han efectuado una veintena de sepelios desde que hace doce años.
En Salamanca, los municipios de San Martín del Castañar, Sequeros, Casas del Conde y Nava de Francia, enclavados en plena Sierra de Francia, también comparten enterrador . Antonio Rodríguez, de 54 años, ejerce este oficio desde hace casi tres décadas. Fue en 1986 cuando el sacerdote que entonces en su localidad (Sequeros) le dijo que si «podía hacer un nicho», dado que el anterior sepulturero había dejado el oficio debido a su avanzada edad. Así fue como comenzó en ello este albañil de profesión.
Lógicamente tiene sus tarifas, que están entre 150 y 220 euros, dependiendo de si tiene o no que extraer tierra o incluso piedra, como ocurre en algunos cementerios como el de San Martín del Castañar al estar enclavado en el castillo que posee la localidad.
Después de tantos años «no» siente «casi nada» aunque, sin embargo, confiesa que le resulta «bastante desagradable» cuando tiene que extraer restos de tumba s. Asevera que el trabajo de enterrador no le da para vivir, ya que hace en torno a una decena de sepelios al año debido a que en los últimos años las empresas funerarias ofrecen también este servicio. En todo caso, Antonio sostiene que a él no le importa. «Si me llaman, voy y si no, pues no pasa nada».