Educación

Encuentros de verano en la UVA: la belleza habita en los contrastes

La Universidad de Valladolid organiza un ciclo de ponencias que durante dos días reúne en el Palacio de Santa Cruz a todo tipo de especialistas

Carmen Vaquero y el rector de la UVA, junto a los ponentes Edurne Pasabán y Rafael Bengoa HERAS

Clara R. Miguélez / Clara Nuño

Cuando alguien que ha perdido dos dedos del pie cuenta que ha sido la misma montaña que se los arrebató -el K2- lo que le ha proporcionado la visión más bonita de su vida, los contrastes que rodean a la belleza en todos los ámbitos se entienden un poquito mejor. La primera mujer del mundo en coronar catorce «ochomiles», Edurne Pasabán, se convirtió en una emocionante ponente para dar comienzo a los III Encuentros de Verano de la Universidad de Valladolid. Venía a hablar de montañas, pero también de mucho más. Los contrapuntos no terminaron en el testimonio de la escaladora de elite, puesto que el siguiente invitado, el médico y especialista en gestión de sistemas de salud Rafael Bengoa, repasó la gestión de la pandemia desde un enfoque crítico que ofreció un cambio de escena inmediato. Así, los días 15 y 16 de julio, entre toldos de lienzo blanco y rosales -eso sí, con gel hidroalcohólico y restricciones-, la organización volvió a congregar en torno a un tema a un nutrido grupo de expertos de áreas muy diversas, como la música, la cocina o el psicoanálisis. La belleza era el núcleo esta vez, abordado desde todas las esquinas posibles. Como telón de fondo, la frescura del jardín del palacio vallisoletano de Santa Cruz.

La inauguración y la bienvenida corrieron a cargo del rector, Antonio Largo Cabrerizo. Éste quiso acercar lo cotidiano al ideal más subjetivo de todos, de modo que lo embridó con una frase de Zola, aquella que sostiene que la belleza es un estado de ánimo. «Queremos que este eje vertebrador nos permita impregnarnos de él cada día, y con él, de optimismo», deseó, a las puertas del jardín. El evento quería ser «la consolidación de un punto de encuentro entre universidad y sociedad», de modo que -como reforzó la vicerrectora de Comunicación y Extensión Universitaria, Carmen Vaquero-, los alrededor de ochenta matriculados se percibieron como un éxito.

En los primeros minutos, la histórica alpinista vasca se ganó el micrófono y al público con una conmovedora charla. La que ella ha encontrado es una belleza salvaje, cambiante, como la montaña misma. El recorrido de su «búsqueda de lo sublime» resultó agridulce porque admitió cómo peleó consigo misma para descubrir el sentido de su vida. Entre los detalles del Everest o del Shisha Pangma, no faltó ni el relato de una depresión que en 2006 la mantuvo «meses atada al hospital» ni la confesión, más ligera y divertida, de que en la escalada había empezado a los 14 años porque le gustaba el monitor. Ahora es un buen amigo, rió con los asistentes, aunque aún muy perseguido precisamente por esa anécdota.

«Aunque esté orgullosa de haber escalado esos catorce ‘ochomiles’, lo que más me gusta es que sea el camino que yo escogí», remarcó Pasabán, que también se formó como ingeniera industrial, pero al final se decantó por el montañismo profesional, tras encarar esa debacle personal sobre si tener una vida «como la de los demás» o hacer de su mayor afición un propósito. Recomendó que entre dos caminos se escoja aquel al que se sienta que se escapa el corazón. «Ninguno va a ser fácil, pero con pasión será más llevadero», aseguró. En su caso, el reto vital de tocar cumbre en las catorce montañas más altas del planeta no se lo «planteó» hasta que ya había ascendido varias de ellas. A sus espaldas hay 26 expediciones, muchas sin reporteros en el aeropuerto. «Me costó darme cuenta de que ese propósito era tan importante en mi vida», reconoció, con humildad. Una vez abrazado el reto «los sueños se disfrutan por el camino», y aunque «la cima es la guinda del pastel, también es el momento más tenso, la prisa de tener que descender». Después, cuando se ha conseguido, no hay vacío. «Disfruto mucho del camino, pero también del recuerdo y de compartirlo con otros», aseguró la veterana.

A continuación, el codirector de la consultora Si-Health y exconsejero de la Sanidad vasca, Rafael Bengoa, recogió el símil de las montañas e introdujo su conferencia «Aprender para no repetir el esperpento»: «También hay belleza y contraste en el momento en el que estamos, lo que pasa es que cuando subimos montañas con el virus, desescalamos tan mal que la situación es siempre favorable para él. Ciencia y política no acaban de mezclarse bien», valoró de entrada, para seguir de la mano de la actualidad.

El arquitecto y urbanista Ignacio Jáuregui

Ante un «bicho» que sin estar vivo se resiste a morir, el doctor y asesor de fama internacional -que ha trabajado codo con codo con la OMS, entre otros- consideró que había que seguir poniendo «barreras» y aguantar un poco más con las medidas para esquivar al temido Covid persistente, una enfermedad crónica que cree que «el 15% arrastrará para toda la vida», jóvenes incluidos. Más allá de los dolores y molestias de este tipo de dolencias, «las enfermedades crónicas ya nos han hecho vulnerables antes, y si seguimos destruyendo el medio ambiente, aceleraremos una pandemia tras otra», relacionó, y fundamentó después.

Sesgo hacia la normalidad

La meta de vacunar a toda la población mundial no debe de ser un acto humanitario, sino un asunto «de seguridad» a defender ante las «fake news» y la «infodemia», o frente al dañino dúo de «Trolsonaro», mencionó, uniendo en un solo nombre a Trump y Bolsonaro. En cualquier caso, puso el acento en la gestión española, en contraste con la de otros lugares, como Nueva Zelanda. «No ha sido la peor estrategia, pero tampoco la mejor», marcó, para recordar que «al virus sólo le interesa replicarse, y delta lo hace mejor». «Aquí no hay conciencia social de la situación actual, se está favoreciendo ese sesgo hacia la normalidad», advirtió. Siguió una leve pausa forzosa. Se oía, en la calle de al lado, la sirena enronquecida de una ambulancia. «Ese mecanismo nos protege ante el duelo, por ejemplo, pero los políticos empiezan a escudarse en que la vida sigue y esto no ha pasado todavía, así que no se pueden tomar decisiones desde ese sesgo», completó.

Sin embargo, hasta en el sesgo, en lo aberrante, en el esperpento, hay belleza, explicó uno de los ponentes vespertinos, el arquitecto y urbanista malagueño, Ignacio Jáuregui , que se preguntó, con sorna, qué es la belleza: ¿Es el canon clásico? ¿Es salirse del canon? ¿Muta con cada perspectiva? Pero Jáuregui no respondió a ninguna de las preguntas que lanzó al aire porque para él, «la belleza se defiende sola. Nadie te la tiene que explicar; cuando la tienes ante los ojos la reconoces».

Y acto seguido acometió de lleno su ponencia con la pasión del que trabaja con lo que le mueve las tripas. Y habló de las lentes deformantes en la creación artística que, a su juicio, funcionan para comunicar una emoción o ideología, ya sea crítica, propagandística o pura estética. Para el malagueño, hay una cosa, sólo una, que está muy clara: «Todos los mundos de la distorsión están imbricados en la historia del arte».

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Rafael Reig: «El problema del Mío Cid es tan complejo como la obra de Joyce»

No se puede dar una charla sobre literatura en Valladolid sin nombrar a Cervantes. No está bien visto. Así que el escritor Rafael Reig se sentó, cogió el micrófono y se puso a declamar partes del Quijote.

La máxima de su ponencia era el descrédito de lo sublime en el arte en general y la literatura en particular. Y, para ello, comenzar por el manco de Lepanto le pareció el mejor ejemplo: «Cervantes le falta el respeto a Petrarca porque puede», lanzó a bocajarro para agregar que «La Celestina es una burla magnífica del amor cortés» o que «el poema del Mío Cid es tan complejo como la obra completa de James Joyce».

Reig llegó alegre y macarra, dispuesto a revolucionar una mañana calurosa de verano sin salirse del canon literario. Así, el escritor recordó que «la belleza es siempre susceptible de esperpento porque está indefensa y, saber jugar con ello, es lo que te sube de categoría», opinó, para criticar a varios escritores populares en la actualidad. Cada uno, agregó, «debe buscar la protección en lo sublime, no en lo bello». Él, continuó, lo encuentra siempre en los huevos fritos con patatas y la fabada de su madre.

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Uno puede meterse la cuchara en la boca, sellar los labios sobre el metal, sorber, paladear, tragar y, en el momento en el que el bolo alimenticio llegue al estómago, descubrirse como un insecto en una novela de Kafka. Porque cocina, literatura, filosofía y, en definitiva, cualquiera de las grandes artes, está directamente relacionada con el comer. Y eso es lo que sostuvo durante la primera jornada del viernes, Andoni Luis Aduriz, uno de los chefs más influyentes de nuestro tiempo, que ha apostado desde sus inicios por la innovación culinaria, el romper con lo establecido y llevar una cocina interdisciplinar: «Me gustan mucho las faltas de ortografía en un menú, sembrar una nota discordante, algo que chirríe, que rompa la perfección de los platos», explicó el chef, risueño, para comentar que, una vez, sirvió unos guisantes en una copa. Sin cuchara. «Todos sabemos cómo se come un caldo, pero el prescindir de los cubiertos, el rebuscar con los dedos para conseguir llegar a la legumbre puede resultar divertido y te acerca al acto del comer como un juego, dejando de lado la parte de la necesidad vital». Y la belleza -rió- también se encuentra en el asombro.

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