Educación
Diez años en danza
Tras una década de «resultados brillantes», la Escuela de Danza de Castilla y León aboga por crear los instrumentos necesarios para introducir a sus alumnos en el mundo profesional

Queréis la fama, pero la fama cuesta. Y aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor». Con estas palabras de Lidia, la profesora de baile, comenzaba la mítica serie de los ochenta «Fama» que retrataba el día a día de la Escuela de Arte de Nueva York. A Noemí García y Ana Díez, jefas de los departamentos de Elemental y de Danza Española de la sede vallisoletana de la Escuela Profesional de Danza de Castilla y León , no les gusta hablar de los numerosos y sucesivos programas relacionados con el baile que aparecen en televisión porque creen que desvirtúan la profesión, pero reconocen que ese valor del sacrificio que recalcaba la protagonista del serial de Alan Parker es uno de los más positivos que aporta la danza a la educación durante la infancia y la adolescencia. No es el único, son muchos más: «Ordena mucho la cabeza, los chicos aprenden a rentabilizar mejor su tiempo al tener que compaginar esta formación con sus estudios y les enseña a trabajar en equipo. Capacidades que les servirán durante toda su vida».

«Yo siempre comento a los padres que lo importante no es que terminen bailando; lo mejor que ofrece nuestra escuela es la formación de personalidades luchadoras», defiende Juan Carlos Santamaría, director de la Escuela, que además de la sede en el Centro Cultural Miguel Delibes, en Valladolid, cuenta con otra en Burgos, donde se imparte en exclusiva Danza Contemporánea.
Los diez años que acaba de cumplir la escuela avalan sus palabras. «Cuando hace tiempo me preguntaban por su estado de salud hablaba de que el bebé estaba creciendo bonito, ahora ya ha empezado la adolescencia y tengo que decir que el resultado está siendo brillante, tiene unos muslos importantes, fuertes y elásticos. Creo que va a dar mucho que hablar. No sólo tiene una personalidad propia, sino que también se empieza a ver una sociedad que le gusta lo que estamos ofreciendo», insiste quien fuera primero director de la sede burgalesa y que desde hace seis años dirige también las instalaciones ubicadas en Valladolid, hasta entonces en manos de Mayte Bajo.
«Buscamos la excelencia»
La Escuela Profesional de Danza está amparada por la Consejería de Educación, en concreto por la Fundación Universidades y Enseñanzas Superiores de Castilla y León. Esto imprime en la formación que se imparte dos características fundamentales: es una enseñanza reglada donde se adquiere un título profesional: «Nosotros buscamos la excelencia. Nuestros alumnos no pueden tener su título si no obtienen el de Bachiller», sostiene Ana. El otro beneficio tiene que ver con el equipo humano, con medio centenar de profesores que en la parte clásica tienen muy presente el legado de Mariemma , y las instalaciones: «Cada centro tiene su propio espacio escénico más todas las aulas que necesitamos. Eso a nivel privado es muy complicado, no sólo en España sino en el extranjero». añade Santamaría.
Desde sus inicios, la Escuela, con medio millar de alumnos actualmente, imparte dos tipos de formación: la elemental, dirigida a niños de entre ocho y doce años, y la profesional, que se extiende hasta que alcanzan la mayoría de edad y donde el alumno puede elegir entre varias disciplinas -Clásico, Español (sólo se oferta en Valladolid, con las especialidades de Escuela Bolera, el Folklore, la Danza Estilizada y el Flamenco) y Contemporáneo (sólo en Burgos)-.
Este año, el centro mantiene hasta el próximo viernes 20 de mayo abierto su plazo de inscripción. La crisis económica sufrida desde 2008 afectó a la demanda de estas enseñanzas, cuya solicitud ha comenzado a remontar «un poquito» desde 2015. Una de las razones, considera Noemí, es el precio de la prueba de acceso (50 euros), al comienzo gratuita.
Al nivel elemental llegan, «en un 80 por ciento, por los padres», aunque gracias a los contactos que mantiene el centro con alumnos de otros colegios para promocionar los estudios de danza, «la demanda parte cada vez más de los propios hijos». «La danza es la gran desconocida», reconoce Ana, quien añade que el objetivo de este nivel elemental es conseguir que «el niño se enamore de esta disciplina académica».

Durante los cuatro cursos que se prolonga el nivel elemental -con un cupo de 20 por clase- nacerá «el primer proyecto de bailarín». «En lo que nos fijamos en un primer curso es que el niño tenga potencial físico, elasticidad, flexibilidad, coordinación, musicalidad.... para que esas aptitudes se desarrollen posteriormente. Luego queda ese 20 por ciento de talento innato». Comienzan con seis horas semanales de clase y concluirán con doce y en él se imparten cuatro asignaturas: la danza clásica, «como base absolutamente de todo», la danza española, el flamenco y la música. Ya a nivel profesional -con un cupo de 17 por aula- comienzan con 17 horas semanales y concluirán con más de 24 y las asignaturas dependerán de la especialidad. Así, en Danza Española cuentan con Danza Clásica, Escuela Bolera, Folklore, Danza Estilizada, Flamenco y Música, además de las teóricas Anatomía aplicada a la Danza e Historia de la Danza y la optativa Interpretación. «Se trata de formar a bailarines completos para que cuando salgan puedan optar a cualquier compañía», defiende Ana.
Bailarines «polivalentes»
En ello coinciden la jefa del departamento de Clásica en la sede burgalesa, Pilar Hechavarría, y de Contemporánea, Edurne Sanz, quienes apuestan por formar bailarines «polivalentes» que puedan adaptarse a las necesidades de las compañías actuales. Para ello, su centro cuenta también con «profesores invitados» cada curso, profesionales en activo, coreógrafos u otros bailarines que muestran a los alumnos los diversos registros y estilos y les ayudan a «dar el salto a la vida profesional», señala Hechavarría. En este sentido, ambas formadoras echan en falta compañías nacionales de danza y reivindican una compañía regional que pueda nutrirse de la «cantera» del conservatorio y a la vez servir a los alumnos como paso a la vida profesional. Además, piden mayor programación cultural de danza en Burgos y Castilla y León.

Son varios los retos pendientes de cara al futuro. Desde Valladolid, Ana y Noemí apuntan la necesidad de contar con músicos acompañantes en directo en todas las aulas, la mayoría de ellos suprimidos tras un ERE en 2011: «Hace que tu oído se forme de otra manera». Otra de sus demandas es que se apueste por contar durante los dos últimos cursos con algún tipo de taller donde los alumnos puedan desarrollar lo aprendido académicamente «o alguna iniciativa puente de otro par de años para inculcarles el mundo profesional»: «Como cualquier carrera necesita una práctica real», sostiene Ana. «Lo ideal es que esta fábrica de bailarines termine bailando para que tenga un sentido el coste económico de estas enseñanzas y que la sociedad disfrute del talento que hay», añade Santamaría. Y es que aunque la escuela tiene diez años hay antiguos alumnos que ya están trabajando en Alemania -requeridos por la compañía de Nacho Duato- el ballet de Toulousse -que cuenta como primera solista con la exalumna Laura Fernández-, o la República Checa, y en el caso de la danza contemporánea, en «pequeñas compañías españolas», más vinculadas a la investigación y nuevos estilos.
«Estas instalaciones son muy complicadas de tener a nivel privado, incluso en el extranjero»
Llegar a ese mundo profesional es el sueño de Martín, Elisa e Isabel, tres alumnos que concluyen este año su formación en Danza Española. Algunos llegaron a la Escuela por sus padres, otros, fruto de la casualidad, «por hacer alguna actividad extraescolar»-. Ahora, diez años después, su balance es más que «positivo»: «Te aporta mucho a nivel personal», resume Martín, uno de los dos chicos presentes en este curso -el 90 por ciento siguen siendo chicas-. Para este joven, el futuro se traduce en «miedo», ya que «el arte, por desgracia en este país no está muy bien valorado». No obstante, no pierden la esperanza de encontrar una compañía y «seguir aprendiendo». En cualquier caso no dudan de que estos años en los que se han tenido que quitar de dormir obligados a compaginar su formación artística con su educación obligatoria les han merecido la pena.