Diario de una periodista confinada, día 2: Ya queda menos

«Esto del periodismo sin salir de casa no acabo de verlo pero no hay opción, así que portátil en mano he decidido afrontar un nuevo día confinamiento con toda la tropa en casa»

ABC

MONTSE SERRADOR

Esto del periodismo sin salir de casa no acabo de verlo pero no hay opción, así que portátil en mano he decidido afrontar un nuevo día confinamiento con toda la tropa en casa. Desde la cocina -me la estoy jugando, lo sé- pero es que a través de la ventana puedo ver uno de los páramos de Renedo de Esgueva (Valladolid), hay buena luz y estoy más aislada del resto de la familia. Vivir en un pueblo tiene sus ventajas y, aunque no pueda salir, te sientes más libre. Eso sí, he decidido robarle una silla al salón, que son más cómodas y no es cuestión de acabar con una contractura, que no estamos para nimiedades.

Hoy hemos madrugado como cualquier otro día. Los dos adolescentes, Sofía y Ángel (16), estaban a las ocho de la mañana delante de sus portátiles con el trabajo y las indicaciones que no les dejan de llegar. «La jornada escolar de siempre, sin perder los hábitos», les han dicho los profesores, aunque no tengo yo muy claro si es prudente empezar tan pronto el día con tantas horas por delante y sin poder salir de casa. Ya se verá.

Yo me he sentado un poco más tarde, después de, junto con mi marido -para él que trabajar aquí no es una novedad- organizar la casa y preparar la comida. El primer plato es cosa mía, así que he pensado en unas lentejas que, a fuego lento y con el portátil, en la cocina las tengo bajo control.

Esta primera semana no nos falta de nada -ayer, lunes, hasta llegaron a caer copos de nieve. Pero no me gusta el cielo, a ratos demasiado gris y plomizo, como si también quisiera mostrar cara de preocupación por una situación inesperada y difícil.

A media mañana, los chicos han abandonado un ratillo su clausura para almorzar, como es su costumbre, aunque les he oído salir de vez en cuando y conversar en el pasillo. Las tardes resultan más complicadas porque para ellos el solo hecho de no poder abandonar la vivienda es una tragedia, a pesar del empeño de los padres por recordar que algún domingo no han salido de casa y no hapasado nada. Pero, claro, entonces era por propia voluntad y ahora por un estado de alarma cuyos efectos estamos descubriendo.

El whatsapp no para y no puedo silenciarlo porque es la manera de comunicarnos con el periódico, con las administraciones, con la familia… Dejo de trabajar para llamar a mis padres y a mis suegros para comprobar que todo está bien, saber si necesitan algo y rogarles que no salgan de casa bajo ningún concepto. Son nuestra principal preocupación porque son los más vulnerables. Por las tardes los chicos hablan con ellos. Necesitan conversación y cercanía.

Las ruedas de prensas las sigo por televisión y las preguntas las hago por whasap. Al final de la mañana llegan los últimos datos sobre los casos de coronavirus que siguen en línea.

Ahora sopla el viento con fuerza y sacude los árboles. Parece que hasta las fuerzas de la naturaleza se alían con la pandemia y nos muestran su peor cara. Las primeras tardes son complicadas. He intentado implantar un régimen cuartelario con los adolescentes (a casa no creo que llegue la UME) repartiendo las horas entre la play, la lectura, el móvil y las películas o series, pero hay más de una indisciplina. Paciencia porque esto no ha hecho más que empezar. Oigo en la Cope una versión de la Saeta de Serrat, añoranza de una Semana Santa que este año no será. El sol asoma ahora entre las nubes. Sí, es verdad, ya queda menos.

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