Ignacio Miranda - POR MI VEREDA
Devuélveme al terrier blanco
«Parece que la compañía de personas molesta, pero luego cometemos el error de humanizar a las mascotas»
Hace ya casi un año de la muerte de María Dolores Pradera, que ascendió a la alameda de la eternidad para pasear entre caballeros de fina estampa y ponerse para cenar jazmines en el ojal. Una artista irrepetible que unió, a lo largo de décadas, dos orillas del Atlántico con su música. En su repertorio no solía faltar «El rosario de mi madre», composición ideal para evocar a una mujer que, tras la ruptura, reclama a su antiguo amor este presente para orar entre misterios. Porque hubo una época en la que se rezaba el rosario en familia, hábito que ahora suena a chino, que a lo sumo puede colarse en nuestras vidas al mover el dial y pillar un momento las letanías en Radio María.
Ahora en los hogares mola tener mascotas. Parece que la compañía de personas molesta, pero luego cometemos el error de humanizarlas. Bien lo sabe el titular de un Juzgado de Primera Instancia de Valladolid, que tiene la responsabilidad de dirimir la custodia de un terrier blanco de West Highland entre los dos miembros de una pareja separada. El juez propone un acuerdo entre las partes, mientras sigue vigente la permanencia de dos semanas mensuales con cada uno de ellos, y continuar con la entrega en un centro de peluquería canina como espacio neutral. Así «Cachas», nombre del perro, ya puede salir atusado a la calle en plan Meritxell Batet pero sin tragar ante los independentistas.
Este caso, en el que el antiguo novio rechaza pide la tenencia exclusiva del can, refleja hasta qué punto vivimos en una sociedad donde anteponemos los animales a las personas en una alarmante esquizofrenia.
Cuatro de cada diez familias españolas poseen mascotas, pero sólo en uno de cada diez hogares viven críos de menos de seis años. Ahora ni rezamos el rosario ni queremos hijos. Así que, a corto plazo, sólo frenaremos el colapso de la Seguridad Social si hacemos cotizar a perros, gatos, loros y demás, que permiten una vida cómoda porque dan menos guerra que los niños. Sostenibilidad y realidad.