Artes&Letras

El desquite de Concha de Marco «caiga quien caiga»

Cálamo saca a la luz las memorias de la escritora, en edición de José María Martínez Laseca, un «ajuste de cuentas» con su época y una revindicación de la figura de su marido, el también soriano Gaya Nuño

Fotografías: LEGADO DE CONCHA MARCO

C. MONJE / N. MIÑAMBRES

«Yo no sé mentir. La prueba es todo lo que estoy escribiendo, donde el lector comprobará hasta dónde llego en mi revelación de la verdad absoluta. Caiga quien caiga, aunque sea yo misma. Pues no faltaba más. Ahí voy yo a engrosar la tropa de falsarios que pululan por ahí. Yo no». A la altura de ese párrafo de las memorias de Concha de Marco el lector ya tendrá muy claro que la autocensura no iba con ella.

El archivo del Centro Cultural Gaya Nuño, de Soria, guarda seis cuadernos manuscritos de Concha de Marco (Soria, 1916-Madrid, 1989). Una especie de diario que recoge los recuerdos hasta ahora inéditos de una escritora eclipsada por la figura de su marido, el historiador y crítico de arte Juan Antonio Gaya Nuño. La editorial palentina Cálamo las ha sacado a la luz bajo el título La patria de otros. Memorias de una mujer libre, en edición de José María Martínez Laseca.

La autora no perdonó a quienes impidieron que Gaya Nuño optase a una catedra, ni a los que callaron ante este hecho

«En sus memorias, Concha de Marco nos descubre su particular ajuste de cuentas con la historia, durante el tiempo convulso que le tocó vivir», aclara Martínez Laseca en la introducción. Un ajuste de cuentas escrito entre 1974 y 1977, donde comparecen políticos, artistas e intelectuales de la España del siglo XX y rara vez salen bien parados. La autora argumenta cada una de sus aceradas críticas, aunque de su extensa confesión se desprende que sangra por la herida de la «marginación» que sufrió ella misma y, sobre todo, Gaya Nuño. Porque todo lo anotado se convierte en una encendida defensa de la dimensión humana y profesional de su marido.

Con siete libros de poesía publicados, el último en Adonáis, Una noche de invierno (1974), y varios inéditos, ni siquiera oculta que antepuso la obra de Gaya Nuño a la suya. «Yo solo me ocupo de evitar a mi marido toda clase de molestias domésticas para que pueda trabajar a gusto (es historiador y crítico de arte), es decir, me encargo de la casa. Mi sola dedicación intelectual es la poesía».

Lo dice después de dejar ver sus convicciones feministas: «La condición femenina es superior en muchos aspectos a la del varón. Somos más intuitivas, de reflejos más rápidos. (...) Lo malo es que sobre nosotras recaen, primero, la servidumbre a la perpetuación de la especie, la servidumbre en el trabajo cotidiano y muchas otras. Hoy es poco menos que heroico ser mujer casada y sostener una actividad intelectual. Creo que es un gran mérito. No creo que ningún hombre fuera capaz de tanto». «El machismo clásico quiere relegarnos únicamente al gineceo. ¡Cómo van a tolerar algunos poetas que una mujer tenga más garra que ellos! O te toman a chunga, o te ignoran. Y creen que eso vale para borrarnos del mapa», insiste poco después.

Cuando Gaya Nuño ya ha muerto, escribe en los márgenes de uno de sus cuadernos: «Yo viví su vida, ahora que él ha muerto comienzo a morir la mía».

El «caiga quien caiga, aunque sea yo misma» no es una forma de hablar. Concha de Marco defiende su propia obra, pero también la cuestiona. Enfrascada en uno de los libros que quedaron inéditos, apunta: «Resulta que estoy pasando a máquina El Urbión y resulta que lo menos 9 poemas de la 3.ª parte son una caca. Pues estoy arreglada». Sin embargo, para Gaya Nuño no tiene ningún reproche en su faceta intelectual.

Un antes y un después

El «ajuste de cuentas» va directo a aquellos a los que Concha de Marco no perdona el ostracismo al que sometieron a Gaya Nuño. Marca un antes y un después cuando mediados los años 50 le impidieron opositar a una cátedra. Apunta al entonces ministro de Educación Joaquín Ruiz-Giménez, que «no se lo permitió» por desafecto al régimen franquista. Lo citará una y otra vez, siempre dolida: «Siéntate a tu puerta, y verás pasar el cadáver de tu enemigo. Y yo me senté a mi puerta y vile pasar el 16 de junio de 1977. Su Izquierda Democrática o Democracia Cristiana se había hundido hasta el averno sin obtener un solo escaño en las Cortes. Qué cosas. Qué cosas».

Pero los dardos no van dirigidos solo a Ruiz-Giménez, sino a todos cuantos callaron ante aquella «marginación». «No era nadie. No era nada. Un rojo suelto. Nada más. Pues bien, sí, un republicano culto, el único intelectual de la república que ha salido adelante sin doblar la espalda ante el régimen, el único que ha alcanzado un prestigio por sus propios medios, a costa de resistencia y de apretar los dientes nadando contra corriente», dice de Gaya Nuño.

Concha de Marco prometía «verdad» en sus escritos y, quizá por ello, no oculta un detalle en la vida de su marido que critica en quienes considera intelectuales acomodaticios de su época. También él llegó a solicitar «el aval de la adhesión al Régimen» cuando intentó opositar a la cátedra para garantizarse un sueldo fijo con el que llegar a la jubilación. Pero en una llamada desde Falange, ella misma confesó que Gaya había estado en la cárcel tras la guerra, lo que terminó de frustrar la posibilidad de presentarse a la oposición.

Recién muerto Franco, las cosas no iban a cambiar y parece que la autora tampoco lo quería ya: «Van a reponer en su cátedras a los Tierno, Aranguren y etc. Espero que a nosotros nos sigan silenciando, espero, lo deseo más que nunca. Que no nos vengan ahora con limosnas. Que nos dejen apartados como antes. Que nos dejen vivir y morir en paz. Ya nada ambicionamos. Más que nunca, solos. Más que nunca, inexistentes. Lo deseo con toda mi alma. No somos nada, no existimos. Apartados».

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