Artes&Letras / Libros
Qué desastre
‘Madrid me mata’, de Elvira Sastre, recoge un refrito de artículos y un diario ‘sui géneris’ de dos años cuyo resultado es un álbum adolescente que rezuma narcisismo
Por una mezcla de sentido del deber y de pundonor que, seguramente para compensar mi falta de talento crítico, me obliga a leer de cabo a rabo todos los libros que comento, no he abandonado ‘Madrid me mata’, de la segoviana Elvira Sastre , narración (es un decir) difícil de encasillar. Según la contraportada, estaríamos ante un refrito de artículos publicados previamente en El País (quién te ha visto y quién te ve), con algunos añadidos. En función del subtítulo, vendría a configurarse como unas memorias, un diario ‘sui géneris’ fechado por estaciones sucesivas, a partir del otoño, durante algo más de dos años, incluyendo parte de la pandemia, con el encierro primaveral. Mi impresión aproximada es que se trata de un álbum adolescente, cuyo destino natural sería esconderlo a buen recaudo no vaya alguien a hojearlo por curiosidad o cotilleo, en concreto de la primera juventud, la veinteañera, ilustrado con fotografías como la de la portada, tipo Instagram, me imagino, pues aún no estoy involucrado en ninguna red social.
Tal vez a causa de esta ignorancia me haya sobresaltado el narcisismo tan despampanante que rezuma , sin un atisbo de pudor, a tal punto que a veces no se sabe si es un caso de candidez o de descaro, o de ambas cosas revueltas hasta constituir una tomadura de pelo. La exhibición de la intimidad, encantadísima la autora de haberse conocido, como en un concurso de la tele, el regodeo, es de tal calibre, de no dar crédito, que inquieta sobremanera. Sin ningún rubor da cuenta de su meteórica «carrera», así la llama, «hacia quién sabe dónde», al estrellato en el Parnaso, se supone, o constata refocilándose, con instantánea adjunta del posado para el evento, que «la revista Cosmopolitan me ha dado un premio por mi trayectoria literaria».
Y eso que ya iba preparado. En su día llegó a mis manos su primera novela, ‘Días sin ti’, avalada por el prestigioso, en su momento, Biblioteca Breve, cuando tenía a mi juicio la calidad justita para ser finalista de un concurso estudiantil de instituto . Cito, puesto que pisotearon la trayectoria del premio, quiero pensar que forzados por fines comerciales, a los miembros del jurado Rosa Montero, Pere Gimferrer y Agustín Fernández Mallo para oprobio de su status y escarmiento de su decisión, pues ya la primera oración del libro («En el mundo hay un hueco para cada persona») no podía ser más fatua, de una sentenciosidad huera, de una solemnidad aforística absolutamente vacía. A seguido, para más inri, se explicaba: «Cuando dos personas se enamoran, se vuelven una, el lugar que ocupan pasa a ser solo uno y en él cabe el universo». Luego, abundaban afectadas agudezas de este jaez, entre paja romántica y ñoña trufada de buenas intenciones e ínfimo resultado. La simpleza certera, en ocasiones, particularmente cuando se desprende de la inocencia, es un don y, a mi escaso entender, de los mayores; ahora bien, el simplismo inane, debido a la imprecisión expresiva, aún más con tintes sensibleros, es imperdonable. No tuve más remedio, pese a mi vicio inveterado, que dejar el libro, con bastante aprensión, antes de la mitad.
Pues bien, ese engolamiento vacuo, en el mejor de los casos y el mismo rebozado de imágenes trilladas, metáforas consabidas a granel, embastadas con calzador anafórico, y lugares comunes a porrillo ocupan por completo la escritura de ‘Madrid me mata’. En casi trescientas páginas no ha habido ni una frase que haya subrayado por escapar al cúmulo de obviedades, mientras que, por poner un ejemplo, la palabra «emoción» se repite decenas de veces, y no exagero, sin que nunca me haya conmovido nada de lo que se cuenta al invocarla. Hace pasar por revelaciones trascendentales perogrulladas mil, adobándolas, eso sí, con un buenismo ventajista, mitinero, con todos los ingredientes molones del mercado: lo ecológico, el feminismo versión LGBTIQ+, la denuncia de la pobreza en los barrios, de la situación de los inmigrantes, el apoyo a las librerías, el animalismo («mi perro Tango falleció»)…
Las naderías más insustanciales sobre la vidilla madrileña, con lo cursi elevado a su máxima potencia, se encadenan mediante una sintaxis desacompasada, zafia, que condiciona, como trastabillándose, a trompicones , el avance del pensamiento, en todo momento somero y, a mayores, maniqueo. No sé muy bien cómo definir el despropósito, así que recurro al azar a un fragmento: «Tengo una suerte peculiar, y es que para mi trabajo solo necesito, en líneas generales, un ordenador, una superficie donde apoyarlo y un espacio donde tratar de poner recta la espalda mientras tecleo. También preciso de un silencio de ambiente que solo pueda romper una buena canción, luz natural y pocas distracciones, pero eso es ya más complicado de conseguir». Una expresión, en fin, paupérrima, desangelada, defectuosa, sembrada de deícticos, de gerundios incorrectos, de anacolutos constantes. Lo menesteroso tanto de la forma como del contenido asoma por cualquier parte: «Hay días que Madrid se presta a la gala por sorpresa y al cóctel entre brillos. Otros, como hoy, me empuja a quedarme en casa mientras la luz se va yendo y las gotas de lluvia van cayendo por la ventana en una carrera vertiginosa por ver cuál de ellas se convierte antes en charco».
El engolamiento vacuo de ‘días sin ti’ ocupa por completo ‘Madrid me mata’
Siempre lastrados por un sentimentalismo facilón, hay pasajes que podrían haber tenido gracia, como idea: el relativo a su abuela de Jemenuño, que le proporcionó el topiquero título, una visita a un mercado de abastos de los de antes o la escena de los viajeros varados en las terminales de los aeropuertos. Como coda, un inventario de cincuenta y dos «cosas que pasan en Madrid cuando una está viva», junto a cuatro poemas (es un decir) selfie, correspondientes a cada una de las estaciones del año, de un lirismo subido y ramplón, edulcorado, justamente el que liquida cualquier barrunto de poesía, propio de una serie de nombres (Loreto Sesma, Patricia Benito, Defreds, Redry et alii) que copan las listas de ventas, igual que arrasan con su cháchara majadera tantos youtubers, como es natural, por reunir las deplorables características que hemos señalado en la prosa de ‘Madrid me mata’.
¿Cómo es posible que, según dicen, ciertas editoriales de relumbrón rechacen a diario manuscritos con fundamento y sin embargo aireen banalidades semejantes? ¿A qué se debe que ésta en concreto, tras el varapalo crítico a la novela premiada, cuyo valor aumenta por lo inaudito en medio del enjabonamiento y propaganda imperantes en los suplementos culturales, haya seguido apostando por una escritura, más bien redacción, pésima? Y aún peor, ¿qué está pasando en el mundillo literario para que el director del Instituto Cervantes considere a Sastre «una poeta de verdad que refleja bien lo que debe ser la poesía» y la designe representante de las letras hispanas en el Congreso Internacional de la Lengua celebrado en Argentina o para que un escritor también de prestigio, Benjamín Prado, la califique como «clásica y contemporánea, romántica y analítica, suave y rebelde, diáfana y misteriosa», nada menos? Su caso es extensible a otros millennials encumbrados; me parece, como poco, peligroso y preocupante para la situación y el futuro de nuestra literatura.
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