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Delibes, figurante en «Mister Arkadin»

Robert Arden, en el claustro del Colegio de San Gregorio de Valladolid, durante el rodaje de «Mister Arkadin» ABC

C. MONJE

«Yo trabajé a las órdenes de Orson Welles», declaraba Miguel Delibes en el título de un artículo escrito después la muerte del director, publicado en ABC el 25 de enero de 1986. Gran aficionado al cine, el escritor no dudó en participar, junto a algunos compañeros de la redacción de El Norte de Castilla, en la escena de la fiesta de carnaval rodada en el Colegio de San Gregorio de Valladolid.

«Como era previsible, la llegada del monstruo a la ciudad fue acogida con generosidad por el diario, pese a que, en aquellos años de escasez de papel (El Norte tiraba entonces seis páginas) y dificultades económicas, cuatro líneas de plomo eran sórdidamente valoradas». El periódico se hacía eco de la presencia de Welles en Valladolid y el asunto despertaba interés en la redacción, recuerda Delibes. «De aquellas conversaciones nació la decisión de participar como extras en la película de Welles mediante un estipendio que, si no recuerdo mal, era de diez duros, más un bocadillo de jamón para sobrellevar la brega a la que nos sometía el genio hasta altas horas de la madrugada», rememora el autor sobre aquella experiencia que también recogería en su libro Pegar la hebra.

Delibes apunta que nadie sabía nada de la trama de Mister Arkadin, más allá de que en San Gregorio se rodaba «un abigarrado carnaval de época» entre «tres centenares de comparsas, las mujeres con vestidos largos y antifaces y los hombres con caprichosos atuendos y los rostros cubiertos por caretas». «La mayor aportación de extras la daba la Universidad, estudiantes, chicas y chicos, gente joven, bienhumorada, a la que el ni el mismo genio conseguía meter en cintura», añadía.

El escritor recordaba con detalle a Wells y sus intentos de frenar aquel caos con la ayuda de un intérprete. Nadie hacía caso de sus indicaciones en inglés y la escena tuvo que repetirse quince veces. «Aquella noche memorable se evidenciaron dos cosas: que un bocadillo de jamón y diez duros eran insuficientes para meter en disciplina a un extra español y que Orson Welles, el genio, cuyas películas parecían fluir de un modo natural y hasta espontáneo, era un director puntilloso, exigente, muy alejado de cualquier improvisación».

El rodaje fue polémico, por considerar algunos que aquel «tinglado eléctrico» en San Gregorio «constituía un peligro» para los «santos de palo» que se conservaban en el edificio. Pero la decepción llegó después, cuando en la película proyectada en los cines no había ni rastro de la escena rodada en el Museo de Escultura. Lo cierto es que se realizó más de una copia del trabajo y en las que circularían después sí aparece la escena vallisoletana. Según apunta Clemente de Pablos en 100 años de cine en Castilla y León, la supresión de esa fiesta carnavalesca tuvo que ver con la censura.

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