Artes&Letras

Delhy Tejero y Saénz de la Calzada: doble rescate

Dos publaciones de Eolas Ediciones rescatan la figura de los pintores Luis Sáenz de la Calzada y Delhy Tejero. Ambas permiten conocer el relato de una época en la historia reciente de España que se ha mantenido opaca, la de los creadores que se educaron antes de la guerra y tuvieron que vivir después de ella

Delhy Tejero y Luis Sáenz de la Calzada

BRUNO MARCOS

Coinciden en la mesa de novedades dos libros de la editorial leonesa Eolas que rescatan a dos pintores que vivieron el siglo XX español intensamente, desde los iniciales años de agitación, llenos de cambios políticos y culturales, hasta el final del franquismo, pasando por la guerra y la postguerra. Se trata de la biografía de Luis Sáenz de la Calzada (León, 1912-1994), realizada por el también pintor Adolfo Álvarez Barthe, y de los diarios de Delhy Tejero (Toro, Zamora, 1904-Madrid, 1968), en edición que ha estado al cuidado de Tomás Sánchez Santiago y María Dolores Vila Tejero.

Ambos artistas vivieron su madurez en la España de la postguerra pero se formaron en el periodo anterior, es decir en la España inquieta de los primeros treinta años del siglo pasado.

El trabajo de Adolfo Álvarez Barthe nos presenta la aventura vital de Luis Sáenz de la Calzada, que llevó a cabo sus estudios en el proyecto de reformas educativas de raíz krausista propuestas por la Institución Libre de la Enseñanza. Calzada fue inquilino de la histórica Residencia de Estudiantes y miembro de la mítica compañía teatral La Barraca, dirigida por Federico García Lorca. De esta experiencia dejó testimonio en un libro que apareció en 1976 -publicado por la Revista de Occidente y reeditado en 1998 por la Residencia de Estudiantes y la Fundación Sierra Pambley- en el que plasmó sus vivencias en esos años universitarios con La Barraca, elaborando un relato de primera mano del tiempo inmediatamente anterior a la contienda civil de 1936 y, también, un interesante documento sobre la cultura, el teatro y la juventud de aquel periodo. Un libro que añade además las reflexiones de un hombre de más de sesenta años que se veía superviviente de una guerra y de un tiempo irrecuperable.

Detalle de «Estudio», de Luis Sáenz de la Calzada

Sáenz de la Calzada desarrolló, después de la guerra, el resto de su existencia de forma callada en el franquismo, primero trabajando en el Teatro Nacional, rescatado por Luis Escobar para representar autos sacramentales, y luego volviendo a su ciudad natal para ejercer durante décadas la estomatología, sin dejar nunca de pintar y mostrar interés por las humanidades y las ciencias hasta morir en los primeros años noventa, ya bien asentada la democracia.

Recogido en el Diccionario de las Vanguardias

Su arte quedó adherido a las vanguardias que había conocido en los albores del siglo, tanto es así que aparece en el Diccionario de las Vanguardias en España, apuntando su autor, Juan Manuel Bonet, que Sáenz de la Calzada no produjo obra en el periodo que el libro estudia, pero sus cuadros, de cuatro o cinco décadas después, siguieron siendo los de un hombre de los años treinta. Pinturas oníricas casi siempre, arlequines, ángeles, figuras fragmentadas, fantásticas o durmientes en parajes solitarios, dalinianos o como los de Giorgio de Chirico.

Delhy Tejero, nació ocho años antes que Calzada y eso le permitió observar desde el principio los movimientos tectónicos que en el arte se produjeron al comienzo del siglo pasado en Europa. Se educó en Madrid, en la Escuela de Señoritas, equivalente femenino a la Residencia de Estudiantes fundada por la institucionista María de Maeztu para fomentar la formación universitaria entre las mujeres. Enseguida vio la necesidad de viajar: Tánger, Florencia, Capri, Bruselas, Roma, Nápoles, París… De la mano de Óscar Domínguez entró en contacto con el núcleo central de los surrealistas parisinos de Breton y expuso con Klee, Miró, Chagall, Man Ray, Max Jacob o Remedios Varo entre otros. También tuvo que vivir en un país muy distinto al que vio arrancar con el siglo una vez desencadenada la guerra civil, incluso así siguió trabajando junto a los artistas que, pese al aislamiento cultural de la dictadura, continuaron observando lo que ocurría en la escena internacional y trasladándolo a su obra, como Saura o Miralles.

Detalle de «La niña del nido", de Sáenz de la Calzada

Tomás Sánchez Santiago presenta los diarios de Delhy Tejero advirtiendo que no nos enfrentamos a una obra literaria concebida como tal, sino a un conjunto de escritos espontáneos y privados que no fueron redactados para su publicación. Es esto precisamente lo que les confiere una gran libertad y son un documento excepcional para conocer la sicología de una mujer que, naciendo en el medio rural de principios del siglo XX, fue artista y viajó sola por el mundo. «Lo único que siento -escribe Delhy en uno de los momentos más conmovedores de sus diarios- es el deseo inmenso de vivir. Esta gana, esta sed insaciable de todo. Que no se me llena. Deseo amar mucho, todo me gusta, tengo muchas ganas de cosas, de todo. (…) Es malo ser mediocre en todo pero serlo en arte es insoportable. (…) Siempre tan desordenada, sin estudio, sin nada, rodando de patrona en patrona, con desconfianza de todo el mundo (…) bastante he conseguido, hay que ver lo que significa poder estar sola en el extranjero».

Un camino hacia la soledad

La vida de Delhy desde que volvió a Madrid y hasta su fallecimiento fue un camino hacia la soledad. Su personalidad hiperestésica la hizo cada vez más ensimismada y fue acusando el paso del tiempo. Alojada en su estudio del centro de Madrid asistía a las tertulias del café Gijón observando como la fuerza vital de las vanguardias quedaba primero muda en el franquismo y luego daba paso a banales modas artísticas.

Obra de Delhy Tejero en la que retrata a su sobrina María Dolores

El acercamiento actual a estas figuras, como las de Sáenz de la Calzada y Delhy Tejero, ha de hacerse en la dirección que plantean estos dos libros, desde lo biográfico hasta la obra y no al revés; no deben analizarse exclusivamente como artistas de una etapa concreta de la historia, porque seguramente sea ya tarde para descubrir sólo su pintura. Hay que aproximarse a ellas como a personalidades cuya biografía de artistas relata una época que ha quedado opaca, la época oscurecida en la que vivieron los creadores que se educaron antes de la guerra y tuvieron que vivir después de ella, los que no murieron en el frente, los que no se exiliaron, los que no fueron a prisión pero tampoco la ganaron.

Sus figuras se prestan a ser interpretadas más allá de un análisis convencional de su obra.

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