El déficit

Quien administra es casi siempre responsable de lo administrado. Esa es una verdad de perogrullo que, entre muchas otras cosas, ha llevado a no pocos administradores únicos de pequeñas mercantiles a la ruina personal. La ley en esos casos es implacable y, aunque se supone que la responsabilidad limitada debería permitir desligar el patrimonio personal del empresarial, la realidad es muy otra. En esos casos, lo cierto es que la administración tanto de los recursos disponibles, es decir de los ingresos, como de los recursos destinados, es decir, los gastos, recae sobre quien los maneja y suya es, en buena lógica, la responsabilidad. Aunque en los últimos años han proliferado los malos proveedores que también han arruinado cientos de negocios (y sobre esto más de una administración pública podría dar un máster).

Pero, ¿qué ocurre cuando alguien tiene que administrar los recursos que le dan y esos recursos son insuficientes? Ocurre que llega un Montoro en funciones cualquiera y te culpa del desaguisado. Lo de nuestro ministro de Hacienda no tiene un pase. Tiene más razón que un santo Pilar del Olmo cuando se queja de lo fácil que es exigir desde la barrera que se toree el toro sin muleta, sin capote y sin espada. A Montoro habría que hacerle cuatro añitos consejero de Hacienda de una comunidad como la nuestra, darle lo que él nos da y pedirle que nos enseñe cómo ofrecer con ese parné lánguido toda la cartera de servicios de la que disponemos. Al señor Burns de la política española le resulta cómodo y barato culpar a las comunidades autónomas del incumplimiento del objetivo de déficit. Pero, ¿por qué se muestra tan implacable con algunas y tan comprensivo con otras? Cataluña, por ejemplo, tiene una deuda que supone casi siete veces todo nuestro presupuesto anual, y ahí Burns se pone remolón. ¡Los grandes toreros, en las grandes plazas, Monty majetón!