David Frontela - Vía Pulchritudinis

Paz y bien

«...Porque la solución no es que alguien se arrogue el cristianismo como enseña política, ni que los cristianos funden su propio partido, la clave está en que la bofetada del mensaje nos llegue»

Benedicto XVI, en una imagen de archivo AP

Benedicto XVI en su Verbum Domini reclamó a los sacerdotes un especial esfuerzo al preparar sus homilías, los sermones que cada domingo escuchamos. El encargo, como todo en esta vida, tuvo una respuesta dispar pero afortunadamente la huella de las Sagradas Escrituras sigue dándonos cada domingo una bofetada bien dada, de esas que nos arreaba nuestra madre cuando éramos pequeños. La vallisoletana iglesia de la Paz, el Sagrado Corazón de Ruiz Hernández, los franciscanos de la palentina parroquia de María Reina o los entrañables sermones de don Vicente en Tierra de Campos son buenos ejemplos de ello y seguro que ustedes saben perfectamente a lo que me refiero. Cuando el cura habla en cristiano y no con esas frases hechas que a base de repetirlas sin alma se colocan una tras otra como si de una procesión sinsentido se tratara, como de algo parecido al «politiqués» que practican en el Congreso para hablar mucho sin decir nada.

Sin estos coscorrones misericordes en nuestras almas corremos el riesgo de caer en la teocracia ginebrina, nuestro triste nacionalcatolicismo patrio, los gudaris vascos, el nacionalismo catalán o la frustrada democracia cristiana italiana. Movimientos que llenaron tanto las iglesias como los arsenales de odio. Si no separamos el continente y el contenido de los sermones del marketing político correremos el riesgo de caer en manos de la izquierda, el centro o la derecha como algunos partidos y algunos cristianos pretenden hacer definiendo a los católicos por su cuenta como los «de bien», «los decentes», «de derechas»... sin acordarse de la banda de macarras que eran aquellos apóstoles que camparon por Galilea.

Que venga quien quiera a imponer una u otra ley, el domingo, si el sermón es bueno, el cristiano reconoce su labor -otra cosa es que la cumplamos- por encima de convenciones y apriorismos porque el que tiene que salir a la calle a vivir con su hermano, con su igual, independientemente de a quién vote es uno mismo sin necesidad de banderas ni eslóganes. Porque la solución no es que alguien se arrogue el cristianismo como enseña política, ni que los cristianos funden su propio partido, la clave está en que la bofetada del mensaje nos llegue y nos responsabilicemos de ella como lo hemos hecho hasta ahora pese a soportar 2.000 años de pésimas homilías.

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