David Frontela - Vía Phcritudinis

Un Putin en tu vida

«Nuestro mundo, con coronavirus o sin él, camina hacia el abismo de ensalzar lo bien que lo hacen los chinos o los rusos simplemente porque tienen unos «jefes» con dos narices»

Sánchez ayer, durante la conferencia telemática con los presidentes de las comunidades autóomas ICAL

Estos días mientras escucho aplausos y cacerolas, veo vídeos de detenciones en las calles y escucho a presidentes de gobierno, también he tenido tiempo para leer a dos grandes pensadores decir que esto está jodido. Javier Gomá alertaba sobre «el anhelo de un poder fuerte como desafío a la democracia» mientras que Eduard Carbonell advertía que «el Covid-19 es el último aviso antes del colapso como especie». Mientras tanto veía a responsables españoles, italianos o franceses bailando en la televisión en comparecencias tan repletas de marketing, comunicación política, gestos… tan políticamente correctos que, hasta diciendo que estamos fastidiados, daban ganas de irse a la cama y decir ¡viva España! o cantar la marsellesa, elija usted mismo.

Sé que no toca pero me preocupa hoy todavía más que ayer que los referentes sean Putin, Xi JinPing, Trump o Maduro. Los unos porque directamente son dictadores -de éxito eso sí- y los otros demócratas con afanes de lo primero. La democracia -como ya lo era el totalitarismo- se ha convertido en rendir tributo a un líder que ahora sólo tiene que parecer bueno sin importar lo que realmente es capaz de hacer. La democracia se ha debilitado tanto como se ha transformado en un compendio de estrategias para ganar elecciones, para que los modelos presidencialistas parezcan sólidos y para decir cosas bonitas que no molesten.

Nuestro mundo, con coronavirus o sin él, camina hacia el abismo de ensalzar lo bien que lo hacen los chinos o los rusos simplemente porque tienen unos «jefes» con dos narices; pon un Putin en tu vida. Todo esto es lo mismo que decir que anhelamos una dictadura y quedarnos tan anchos por mera incomparecencia de los demócratas. Lo que es verdaderamente democrático es una sociedad no sólo el líder que la dirige.

Y los ciudadanos, mientras tanto, se agarran a los aplausos y las cacerolas en las ventanas para rellenar el nicho abandonado por ese aparentemente insulso Estado democrático que tiene que seguir siéndolo sin caer en tentaciones de un absolutismo personalista y teniendo como verdadera enseña la de gobernar, aunque a veces eso no sea tan fácil y sea necesario algo más que una cara bonita.

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