David Frontela - VÍA PULCHRITUDINIS
Pantalones de cuadros
«La España rural está vacía y vaciándose pero no se puede llenar de sobrantes de ciudad aunque allí funcione no por un afán chovinista, sino porque, en ocasiones, las subvenciones y la moda amparan una errónea pretensión de convertir cada pueblo de Tierra de Campos en un pequeño Manhattan»
Quienes viven en nuestros pueblos dicen que si sales a la calle al anochecer tienes la sensación de que «te comen los lobos». El último Padrón lo confirma cuando dice que este año la sangría demográfica se ha llevado por delante en Castilla y León a 12.000 vecinos de esos pueblos de menos de 100 habitantes.
Hace unos días atendí al discurso que un artista con pantalones de cuadros de marca y pañuelo al cuello lanzaba a unos pocos parroquianos. El resumen es que traía el arte conceptual que había desarrollado en Madrid y ahora quería instalar allí. El problema no es la aparición de nuevas tendencias -sean siempre bienvenidas- sino el tono en el que el ínclito explicaba a los vecinos su iniciativa. Como si se tratara de aquellas parodias de Esteso, se dirigía a las gentes del pueblo desde una incomprensible superioridad moral, intelectual y humana.
La España rural está vacía y vaciándose pero no se puede llenar de sobrantes de ciudad aunque allí funcione, no por un afán chovinista, sino porque, en ocasiones, las subvenciones y la moda amparan una errónea pretensión de convertir cada pueblo de Tierra de Campos en un pequeño Manhattan.
Hacen falta internet y servicios públicos pero para potenciar lo excelente que se esconde tras las paredes de adobe y de tapial, para sacarlos fuera pero a sabiendas de que lo importante seguirá siendo el contenido y no el canal por el que lo contamos.
Valores humanos, gastronomía, agricultura, ganadería, entorno natural, léxico… son los valores únicos y exclusivos de esos a los que los de los pantalones de cuadros tratan como paletos de pueblo y que quieren convertir en un hotel de lujo junto a la playa o en una galería de arte en la Castellana.
Por favor, nuestros pueblos necesitan de ayuda tanto como los barrios de nuestras ciudades, pero no olviden que sus habitantes no son ni pobres paletos ni ciudadanos de segunda. Gentes de mirada ancha curtida a base de mirar al cielo esperando que llueva y no encogida a razón del tamaño de la pantalla de un teléfono móvil. Esa es la pantalla de un millón de colores que algunos parecen no querer reconocer o, lo que es peor, quieren sustituir.